Hace cinco meses se fue Pedro. O mejor, se lo llevaron. Por robarle un celular. O por una venganza. O por una equivocación. No se sabe. Lo único cierto es que su partida dejó un vacío muy difícil de llenar. Sus familiares, sus amigos, sus alumnos, sus compañeros lo seguimos extrañando.
Por eso, el viernes pasado, la Asociación de Escritores de Norte de Santander le rindió un sentido homenaje en la Biblioteca Julio Pérez Ferrero, aquella donde él mismo dictó charlas, dio recitales de poesía y participó en los avances de la cultura nortesantandereana.
Pedro era costeño, pero su alma era cucuteña, como su risa amplia y su amistad sin límites y su afán de servir.
Llegó hace muchos años detrás de un amor, el gran amor de toda su vida. Conoció a Marlene en la universidad de Tunja, donde ambos estudiaban, y desde entonces supo que su vida ya no estaría a orillas del mar Caribe, sino en la ciudad de los árboles, que se convirtió en su segunda patria chica, la patria de su esposa y de sus hijos Carolina y César.
Pedro asumió diversas facetas intelectuales: Fue escritor, poeta, colaborador de periódicos y revistas, tratadista de rigor profundo, docente universitario, profesor de bachillerato, cultor del idioma, corrector de estilo.
Fue miembro fundador de la Asociación de Escritores del departamento, miembro de la Academia de Historia, fundador de la sociedad Bolivariana, miembro de la fundación El cinco a las cinco y directivo de la Alianza Colombo-francesa.
Hablaba varios idiomas, dominaba el motilón-barí, tomaba vino Casillero del diablo, escuchaba buena música y jugaba beisbol, uno de los pocos rezagos que le quedaban de su infancia y su niñez en la ciudad amurallada.
Pero, ante todo, Pedro, el negro, como le decíamos sus amigos y él se dejaba llamar con su sonrisa ancha, blanca y estruendosa, ante todo Pedro era buen amigo. Sin condiciones. Sin barreras.
En él se cumplía aquello de que “el amigo sincero debe ser como la sangre, que acude siempre a la herida sin esperar que lo llamen”.
Decía que sus amigos le rendimos un homenaje a su recuerdo, el viernes pasado. Con la asistencia de Marlene, su esposa, y de César, su hijo. Carolina anda en patios lejanos y no pudo acompañarnos.
Allí estuvo su gran amigo Patrocinio Ararat, quien anda empeñado junto con el académico Timoteo Ánderson en organizar una fundación en defensa del idioma, que lleva por nombre Pedro Cuadro Herrera.
Allí estuvo Libardo Iriarte Oviedo, otro cartagenero radicado en estas breñas, con el último número de su revista de la Defensoría del pueblo, dedicada a Pedro Cuadro. Allí hubo boleros de los que a Pedro le gustaban. Y hubo poesía. Y hubo vino Casillero. Y un conmovedor mensaje de Tomás Wilches Bonilla, quien se encontraba en Barranquilla, pero envió a Leidy, su bonita asistente.
Y se develó un óleo de Pedro, sonriente y franco, y de mirada pura como su alma, obra de la joven artista Karen Arévalo. La Asociación de Escritores, a través de su presidente, Ciro Alfonso Pérez, donó el óleo al colegio donde Pedro trabajaba el día de su muerte, colegio que, según decreto de la Alcaldía, ahora se llama Pedro Cuadro Herrera.
Fue un viernes como a Pedro le gustaban. Lástima que él, por aquellas cosas de la vida, no pudo estar presente.