A comienzos de este año, después de un largo tiempo de servicio a la Iglesia Católica, monseñor Alberto Alarcón Infante recibió el justo premio de su jubilación. Silenciosamente, como corresponde a su personalidad, dejó la última responsabilidad pastoral como rector de la Catedral de Santa Clara, y comenzó su nueva vida con nuevos planes.
Son muchas las razones por las cuales mi familia tiene un agradecimiento imborrable a Monseñor Alarcón, pero en estos párrafos sólo quiero aludir a su destacada actividad eclesiástica y cultural.
Siendo un joven seminarista fue enviado a estudiar en el Pontificio Colegio Pío Latino Americano de Roma, donde terminó sus estudios para ordenarse sacerdote en la Ciudad Eterna. Por cierto, tuvo el privilegio de celebrar su primera misa en las Catacumbas de San Calixto, el Día de Todos los Santos. Más adelante se doctoró en Liturgia en la Pontificia Universidad Gregoriana y en Derecho.
Después de cursar estudios en diversos países regresó a la Arquidiócesis de Nueva Pamplona para ejercer su ministerio, y aquí ha sido párroco, profesor y rector del Seminario Conciliar. Fue, luego, nombrado Secretario de la Conferencia Episcopal Latinoamericana (CELAM). El Santo Padre le confirió el título de Monseñor por su sobresaliente labor.
Mas, aparte de estos hechos que de manera sucinta e incompleta relaciono, Monseñor Alarcón es un artista. Durante toda su vida ha dedicado largas horas al estudio del acordeón piano, instrumento del que es un virtuoso ejecutor, y a enseñar música a jóvenes y adultos.
Ha recibido importantes reconocimientos por su participación en certámenes musicales, principalmente en el Departamento de Santander.
Es, también, un estudioso de la historia, y gracias a su conocimiento de varios idiomas ha hecho interesantes hallazgos que esperamos sean publicados, hoy cuando dispone de la tranquilidad suficiente para escribir.
En esta breve nota he querido hacer un cálido reconocimiento a un intelectual ponderado y a un sacerdote virtuoso, en el que sé que me acompañan muchos pamploneses.
TRISTE NOTICIA. No acabo de habituarme a la idea de que un gran ser humano como era Manuel Domingo Pérez Ruan haya muerto. En la plenitud de su madurez, lleno de planes e ilusiones, rodeado del afecto de su familia y siendo el sostén de varias personas, inesperadamente lo atacó una enfermedad que en corto tiempo lo llevó a la tumba.
Unos días antes conocerse la gravedad de su dolencia me encontré con él en los trajines de visitar a los médicos, pero nunca imaginé que pudiera ser algo fatal. Con su simpatía de siempre me dijo que andaba de análisis en análisis para ver si descubrían cuál era el origen de sus molestias. Poco después se supo la mala noticia de que sufría algo muy serio.
El desenlace final fue apenas en unas semanas. Fue algo muy triste. Hoy quiero expresar a su esposa, a sus hijos y a sus hermanos mi gran pesar, y compartir la pena que deja su prematuro fallecimiento.
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