Mi amiga Gloria me pregunta qué son los arrieros, dónde se cocinan y con qué se comen. Gloria es cucuteña, pero se fue, desde muy jovencita, para Venezuela. Ahora, cuando la situa se puso jodida en Venezuela, ha vuelto a su Cúcuta, pidiendo cacao, es decir, quiere volver a ser cucuteña porque muchas cosas no conoce y otras las olvidó.
-Veo que tú mencionas mucho a los arrieros en tus escritos –me dice con su voz de extranjera en su propio país.- Quiero que me expliques de qué se trata.
-¿En serio no sabes qué son los arrieros? –le digo, y comienzo entonces mi disertación:
Hace muchísimos años, cuando hablaban las enjalmas, y no había carreteras ni carros, ni aeropuertos ni aviones, ni teléfonos, ni wassap, ni correos de voz, y los mensajes de voz tocaba a gritos de una cuadra a la otra, existían unos hombres que se iban con sus mulas por los caminos de la tierra, llevando cargas de café y cacao, mercancías, comida y todo lo que la gente necesitara para sobrevivir.
Toda la vida y en todos los lugares hubo y ha habido arrieros, símbolo de progreso para unir a unos pueblos con otros. L a palabra arriero viene de arrear, echar por delante a un animal o a otra persona, como sea, por las buenas o por las malas, a punta de empujones o latigazos o de chuco como hacen los que arrean bestias.
Se dice que Pedro Pascasio Martínez (un muchacho soldado, de la guerra de la independencia, cuyo recuerdo conmemorábamos la semana pasada), se topó a Barreiro, comandante de las tropas españolas, después de la Batalla de Boyacá, agazapado y poposeado del miedo, y que el español, al verse descubierto, le ofreció un montón de monedas de oro, a lo cual Pascasio le contestó con rabia: “Siga o lo arreamos”. Como los arrieros.
(Aquí cabe un paréntesis para complacer a un amigo negro, un gran amigo, que me regañó porque en mi artículo sobre la Batalla de Boyacá no mencioné al Negro José, el otro muchacho que iba con Pascasio cuando ambos capturaron a Barreiro. Le presento excusas, mi negro querido, Julio Aníbal. Fin del paréntesis).
Los arrieros, pues, arrean, así como los pescadores pescan y los cantores cantan y los escritores escriben. Pero sucede y pasa, como dicen las viejitas, que los arrieros se están acabando. Llegó el tren, llegaron los carros, llegó el avión, y los arrieros tuvieron que irse con sus mulas a otras partes.
Los arrieros hicieron caminos, fundaron pueblos, llevaron vida y entregaron cartas de amor. Sin los arrieros, el progreso tal vez no hubiera llegado porque los motores para la luz eléctrica fueron traídos a lomo de mula y los primeros carros no entraron rodando sino a lomo de mula.
Los que descendemos de arrieros vivimos orgullosos de nuestros abuelos que entregaron su vida a unir pueblos y personas. Norte de Santander debe su desarrollo a los arrieros de Ocaña, de Pamplona, de Cúcuta y de los demás pueblos. Loor a estos forjadores del futuro.
Espero, mi querida Gloria, que sus dudas le hayan quedado resueltas, pero ya no los vas a conocer porque se fueron y encontrar arrieros en estos tiempos es de verdad, una tarea difícil. Toca acudir a las mentiras de historiadores y columnistas.
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