Me gustan las campañas políticas. Se nota en la ciudad un revivir de su alegría, con carros perifoneadores que nos alegran las tardes, las mañanas y las noches. Con pendones y afiches que les dan vistosidad a nuestras paredes y muros y postes silenciosos.
Los taxis y carros particulares se adornan con retratos de sonrientes candidatos. Las emisoras y los periódicos se nutren de mensajes políticos.
La ciudad es otra en época preelectoral. Nuestra urbe, de ordinario callada, se llena de bullicio y de propagandas rumberas, que llegan hasta el corazón y mueven el espíritu democrático.
Si no fuera por los carnavales electorales, nuestra ciudad se moriría de tedio.
Por eso sería bueno que alguien propusiera elecciones todos los años.
Seríamos así una ciudad en constante festejo y alegre de por vida. Los amargados dejarían su amargura, los tristes curarían su tristeza y los aspirantes a suicidas perderían sus instintos autoagresivos.
Pero lo más impactante y que más gozo produce es el ingenio y la agudeza de las frases que esgrimen los candidatos como arma de combate para vencer al enemigo, como atractivo para endulzar el oído de los posibles votantes.
“Por Cúcuta, a la victoria”, dice un candidato levantando la mano hacia el infinito. Y los electores nos conmovemos, aunque uno no sabe si está invitando a ir al parque La Victoria (llamado popularmente Colón), o al barrio La Victoria, o al pueblo de La Victoria.
“Unidos sí podemos”, dice otro y tiene razón. Cuando un carro se vara, por ejemplo, el chofer les dice a los pasajeros que se bajen a empujar y añade “unidos sí podemos”. Al final, el carro arranca.
“Vamos por el cambio”, grita la efigie de un candidato en un afiche. La gente lo sigue, en especial los cambiabolívares.
“Ahora sí”, es el grito profundo que se escucha en algunas cuñas radiales. Uno no sabe sí qué, pero todos estamos de acuerdo en que ahora sí.
“Dame tu mano y venceremos”, y uno evoca el glorioso momento en que Timochenko y Juanpa se dieron la mano en La Habana. Y entonces nos sentimos vencedores.
La Biblia dice que “por sus obras los conoceréis”. A falta de obras, se puede decir: por sus frases, sus eslóganes o sus dichos y refranes, conoceréis a los políticos, que es algo así como lo que decían los arrieros: por la valija se conoce al pasajero.
Ya no importan tanto los planes de gobierno. Al fin y al cabo, nadie los cumple. No importan las propuestas. Nadie las hace. No importa el progreso. Nadie se trasnocha por eso. Ya nada importa el partido. Los partidos se acabaron con el juego de los avales.
De manera que sólo quedan las frases y consignas para identificar a cada candidato, así como las camisas se conocen por las marcas, y los zapatos por las marcas, y los calzoncillos por las marcas.
Las propagandas son la marca de los candidatos y todos se preocupan por lucir buenas marcas.
La gente de hoy luce ropa de marca, toma vino de marca, se pone gorras de marca y vota por candidatos de marca. Lo malo es que a veces la marca sale chimba.