Por la forma como se evalúa y critica al Presidente Duque pareciera que no llevara tan sólo 3 meses sino tres años de gobierno.
Esta percepción obedece a que heredó los incumplimientos del presidente anterior a los maestros, los transportadores, las universidades, los sindicatos; y los fracasos y corrupción hallados en la ejecución de las obras de infraestructura vial, para no referir sino algunos asuntos.
Aunque ha explicado hasta la saciedad que sus objetivos se fundan en la legalidad, el emprendimiento y la equidad -guías sobre las que dirige su mandato- al Presidente se le acusa de no tener claridad sobre el rumbo que debe darle al país, tal vez, porque no ha propuesto acciones concretas como reanudar los diálogos con el Eln, convertir a Colombia en gran productor de aguacates o hacer crecer la economía a niveles ilusorios.
Asumir el gobierno del país fue como tomar el comando de un tren en marcha que viene con retrasos y poco combustible.
Ese es el reto que asumió el Presidente Duque resolviendo, sin ánimo acusatorio, lo que él denomina los “chicharrones” recibidos.
El desplome de su popularidad es completamente explicable.
Primero, como resultado del feroz ataque al ministro Carrasquilla al endilgarle conductas indebidas del pasado, nunca probadas.
Ligadas a ello, las críticas por el proyecto de ley tributaria presentado al Congreso que incluía ampliar el IVA a la canasta familiar.
Además, las protestas universitarias con ingrediente político que han perturbado el orden; y, especialmente, la arremetida de la prensa adversa que, en una amalgama de todo eso, ha creado lo que se llama “una matriz de opinión” para desprestigiarlo.
Al Presidente Duque no se le reconoce lo que hace: Desactivó la polarización que angustiaba al país; acabó la “mermelada” para la compra de congresistas; está suprimiendo miles de contratistas improductivos en las agencias del Estado; presentó más de 10 proyectos de ley sobre temas cruciales; se ha liberado a miles de establecimientos de educación de los jíbaros; se refinanció alrededor de 19 billones de pesos de la deuda externa y se han colocado 1.500 millones de dólares en papeles oficiales de inversión; ha realizado 15 talleres Construyendo País en la provincia; está enderezando los acuerdos con las FARC. Y, en un ritmo inalcanzable, trabaja y hace trabajar a su equipo en todos los campos.
Un verdadero estadista no gobierna al vaivén de las encuestas ni para complacer a los medios de opinión. Por el contrario, debe convencer a la nación de hacer sacrificios para mejorar las condiciones de vida, especialmente, de los más necesitados. Por ejemplo, la Ley de Financiamiento que tramita el Congreso no es el capricho del gobierno sino el compendio de las mejores propuestas de expertos para estimular la generación de empleos formales, financiar programas sociales y exigir la tributación de los más pudientes.
Debemos respaldar a este gobierno que, a diferencia del anterior que recibió una economía en alza y unas arcas llenas, heredó un fisco empobrecido, una corrupción rampante y unos medios de comunicación mal acostumbrados.