Durante las protestas juveniles de 1968 apareció en algún muro de Paris un grafiti que decía “no queremos realidades, queremos promesas”. Puede que ésta sea la mejor síntesis de lo que significa el populismo como ideario político; y no es para reírse.
Su definición puede ser la de una política que se presenta como defensora de las aspiraciones del pueblo para lograr su respaldo, de donde se deduce que el populismo no es una estrategia exclusiva de alguna corriente de pensamiento que, de manera simplista, se han querido alinderar en izquierda y derecha.
El populismo ha existido en la Rusia de la revolución bolchevique, en la Alemania de Hitler, en la Italia de Mussolini, en la Argentina de Perón y en la Venezuela de Chávez, para citar solamente unos pocos ejemplos, y ha triunfado con el discurso atractivo de hacer justicia social y acabar con la corrupción de los políticos.
Y en todos los casos siempre ha concluido en un desastre social. ¿Por qué?
Creo que eso ocurre porque el poder pasa a ser propiedad privada de la élite populista triunfante que, en nombre del pueblo, desmonta las instituciones anteriores y se apodera de las riquezas nacionales para perpetuarse mediante dádivas.
Y quienes llegan a gobernar, generalmente, caen en la tentación de enriquecerse con la justificación de que es la hora del pueblo. Al final, los países quedan en ruinas.
En Colombia, las Farc no encabezan el populismo porque su desprestigio no les permite, por ahora, ser una alternativa de gobierno.
Pero Gustavo Petro, que retoma el ideario del Socialismo del Siglo XXI, sí lo hace.
No se puede ocultar que el discurso populista del ex alcalde de Bogotá es seductor para una parte de la población colombiana que ve con desencanto la corrupción y el desgobierno de este mandato presidencial.
Sin embargo, Petro, que ha sido congresista por muchos años, partícipe en alianzas con políticos de aquí y allá, cínico en el desconocimiento de la ley, y uno de los protagonistas del mayor desastre gubernamental que haya sufrido Bogotá, se proclama ajeno al descalabro de los malos gobiernos. Y, como un hábil surfista, avanza en la ola del descontento tratando de que no lo salpiquen las aguas turbias que él mismo ayudó a contaminar.
Veo signos de repetir lo que ha ocurrido en Venezuela, como que ya empiezan a alabar a Petro, y pronto a ocupar asientos de primera clase en su campaña, los encopetados personajes que se acomodan sibilinamente en todos los gobiernos para proteger sus intereses.
Las FARC dicen que buscarán elegir un gobierno de transición para, luego, implantar un sistema socialista. ¿El que preconiza Petro?¿El que implantó clamorosamente Hugo Chávez con el agrado de los que rumiaban una venganza contra los políticos de sus desafectos, y que, después, fueron perseguidos por ser “escuálidos” (¿léase oligarcas)?
Aquí ya estamos observando el comportamiento vengativo de quienes perciben que pueden quedar nuevamente relegados por un gobierno incontrolable desde las poltronas de los clubes más exclusivos.
ramirezperez2000@yahoo.com.mx