Hoy está empezando octubre, un mes que tiene de todo, como en botica: Día del árbol, Día de la raza, Descubrimiento de América, Día de los niños, Día de las brujas y, como si fuera poco, elecciones regionales. Y, de ñapa, mi mujer cumple años.
Desmenucemos todo este enredijo. Cuando yo estaba en la escuela, en la pequeña escuela de mi pueblo, el 12 de octubre era una de las fiestas más celebradas, con desfiles, veladas, recitaciones y canciones. Celebrábamos el Descubrimiento de América con platillos y maracas, porque los españoles no sólo nos habían descubierto sino que nos habían enseñado a hablar español y el catecismo de la santa madre iglesia católica, apostólica y romana.
Eso era antes. Antes de que salieran con el cuento de que los conquistadores españoletes eran unos malnacidos que nos habían esclavizado y nos habían robado el oro y se habían aprovechado de nuestros antepasados que eran unos pobres indios empelotos que hablaban jeringonza y se comunicaban no con celulares sino con señales de humo.
Es decir, juzgan a los españoles de hace más de quinientos años con las normas de hoy. Pero bueno, eso es harina de otro costal.
Venía diciendo que la celebración en el pueblo era a todo taco. Desfilaban muchachos untados de carbón para que parecieran indios, otros a caballo representaban a los españoles, alguien hacía de cura con bonete, sotana y caldereta echando agua bendita, y no faltaban la Pinta, la Niña y la Santamaría, las famosas carabelas de Cristóbal Colón.
Era también el Día del árbol. Después del desfile, venía la siembra de un árbol en la plaza. Cada año un arbolito, que después tumbaron para convertir la plaza en parque de cemento y ladrillo. Solo quedaron un samán, un mango, una palma y tres matarratones.
Y por la noche, la velada en el patio de la casa cural, entrada gratis, y afuera la pólvora y música de cuerda y bailoteo. Todo un fiestón, gracias a Cristóbal, a la reina Isabel, a los hermanos Pinzón y a don Juan de la Cosa.
Con el tiempo resultaron diciendo que octubre también era el mes de las brujas. Y de noche pasaban volando en escobas sobre las casas porque iban a sus reuniones secretas. Como las brujas no eran muchas, llamaron brujas a las viejas que viven espiando a los vecinos, detrás de cortinas y ventanas. Y las brujas, unas y otras, tuvieron su día de celebración el último día de octubre.
Hasta que los comerciantes se cansaron de vender disfraces para brujas y les dedicaron el mes a los niños, lo cual resultaba más ganancioso.
Todo era fiesta y sabrosura y parranda en este mes. Hasta a mi mujer le dio por cumplir años en estos días. De novios yo le daba serenatas. Ahora es ella la que me serenatea: ¿Estas son las horas de llegar? ¿Con sus amigotes de siempre. O amigotas? ¿Y ese colorete? Afortunadamente mis amigos me dan consuelo: No se preocupe, que esa serenata nos la dan a todos, así venga uno de la vigilia pascual. De modo que habrá celebración por lo alto. Y que se cumplan las palabras del salmista: “Cuando no hay más, con mi mujer me acuesto”.
Todo bien. Mentiras. No todo es bueno este mes. Para desfortuna de lo que llaman democracia, nos tocó afrontar las elecciones. Tocará escoger en un tarjetón inmenso, el menos malo y la más bonita. Ese día me llevaré una moneda de cincuenta, para jugar al carisello, adentro, en el sagrado cubículo de la democracia.
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