Dentro de las instituciones de un país, las del aparato estatal como el congreso, la justicia, el Ejecutivo, los órganos de control, la administración de los tributos y el banco central, tienen gran trascendencia.
Por eso en Colombia nos hemos dolido desde hace años de la falta de favorabilidad que padecen casi todas ellas a excepción de las Fuerzas Militares y del Banco de la República.
En la última Gallup el Congreso tiene mala imagen en 84 de cada 100 colombianos; la Fiscalía, en 62 de cada 100; la Contraloría y la Procuraduría van alrededor del 50% de favor y desfavor; la Corte Constitucional ha tenido un retroceso y 55 de cada 100 encuestados tienen una opinión desfavorable de ese alto tribunal que siempre gozó de prestigio; el sistema judicial, está con una desfavorabilidad parecida a la del Congreso.
Hay otras instituciones que son pilar del funcionamiento democrático y de la confianza, sin origen político: los empresarios y los medios de comunicación.
La trascendencia de ambas radica en la prosperidad económica general que pueden generar y en la libertad de una sociedad para expresarse sin cortapisas.
La importancia de las FFMM está en su capacidad de brindar seguridad urbana y rural, externa e interna y tranquilidad al resto del estado.
La clase empresarial colombiana, así la llama la encuesta, había gozado de buena imagen, superior al 60% siempre desde el 2000, hasta principios de este año cuando empezó a bajar tocando en este mes de diciembre un apabullante 50% de desfavorabilidad y una buena imagen de 44%, cifras las más malas para el sector privado en 20 años; nunca las curvas se cruzaron así y eso daba tranquilidad a la economía, a los mercados, a los inversionistas, a las tasas de interés, a los recaudos tributarios y al grado de inversión.
Pocos países del mundo tenían el privilegio nuestro de que la sociedad quisiera a los empresarios.
Sin ser perfecto, al empresariado se le reconocía interlocución, protagonismo en responsabilidad empresarial, en modernización propia y del estado, en apertura internacional, en colaboración para la transparencia y para la formalización; en ser coequipero de las grandes iniciativas de interés nacional como la paz, los tratados de libre comercio, la competitividad, la soberanía, la independencia del Banco Central, la lucha contra la pobreza, el fortalecimiento y transformación de las FFAA. Ahora el sector privado es visto como un apéndice, que gira cheques en blanco a las campañas políticas no solo en dinero, sino en apoyo ciego a las iniciativas de esos futuros elegidos, sin ningún proceso crítico, solo obedeciendo a los exabruptos de los más extremistas, carentes de sindéresis. Las organizaciones empresariales no pueden ser brazos políticos, como lo enseñaron los padres fundadores, empezando por Fabio Echeverri quien mostró su carácter y su representatividad en la discusión de la constitución del 91; don Guti, en el regreso a la democracia del 57; el Consejo Gremial mantuvo su postura frente a Samper, en el 95, sin vacilar; apoyó la paz y la seguridad de Pastrana, las de Uribe y las de Santos al inicio del proceso, pero guardó distancia clara sobre las iniciativas que no convenían al crecimiento empresarial ni a la prosperidad del país. Hoy ese norte parece perdido y los empresarios resienten su representación, mediada por intereses políticos electorales y no electorales, casi siempre ajenos a la realidad de los afiliados. Hay que repensar la agenda gremial y centrarla en los intereses nacionales, para luego derivar hacia los de una clase empresarial que ha sido orgullosa de su papel transformador y de estabilidad política, económica y social, reconocido internacionalmente.
También por primera vez en este siglo, los medios de comunicación tienen una imagen mayoritariamente desfavorable entre los colombianos. Peligro latente derivado de haber tomado partido, muchos medios y sus dueños, como militantes, en la contienda política reciente que tantos daños ha dejado en la institucionalidad. Muchos no informaron: solo editorializaron al compás de los pequeños intereses de sus flamantes propietarios o de la muy panda ideología de sus directores. Hoy la pagamos todos, con unos medios en peligro de desaparecer. Su posible remplazo, las redes sociales, tampoco tienen la confianza de los colombianos según el sondeo más reciente.
Y las FFMM: qué tristeza que haya caído hasta 20 puntos su favorabilidad en este 2019, afortunadamente con una recuperación en el último mes que si bien no compensa, sí quiere decir que la gente guarda aún la imagen de unos héroes que hicieron bien el oficio de derrotar a las FARC forzándolas a negociar, devolviendo a la sociedad una tranquilidad que hoy todavía se ve en la mayoría del territorio nacional y que no podemos dilapidar. A las FFAA activas hay que defenderlas todos los días, auditarlas todos los días, enaltecerlas todos los días, financiarlas todos los días, disciplinarlas todos los días, respetarlas todos los días. Hay que dejar toda tentación de politizarlas, de volverlas deliberantes en medio de una agria controversia política de la que en 10 años no quedará sino un mal recuerdo. Y ellas seguirán ahí, victoriosas si no las manosean, o descaecidas si las usan como juguete de cada politiquero que se cree estadista.
A recuperar estos prestigios, es a lo que debemos dedicarnos. Si nos empeñamos, puede que en una generación lo logremos; pero no es seguro, si no trabajamos unidos. De otra forma habremos perdido nuestra virtud más acendrada, la fortaleza institucional, la que nos diferenció del resto del barrio latino.