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¡Mujeres a los estadios!
Me dan lástima los hombres iraníes que jamás podrán ver estas imágenes hermosas de una quinceañera bonita, pedaleando con sus piernas bien torneadas y con el cabello largo flotando por el viento. 
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Lunes, 26 de Agosto de 2019

En Irán, como en Las Mercedes, las mujeres no iban a los estadios. En Irán, por cuestiones religiosas, y en Las Mercedes porque no había estadios.

Eso era antes. La noticia, que acabo de ver en el periódico, me emocionó. Ahora en Irán, ya las mujeres pueden ir a presenciar ciertos partidos de fútbol, lógicamente bajo condiciones y restricciones. Pueden ir, pero con vestido (no con pantalón) hasta los tobillos; manga larga, que les cubra los brazos;  cuello,  nuca y  cabeza bajo pañoleta o manto. Nada de aplaudir o de saltar o de gritar cuando su equipo haga goles. Mirada recatada y cabeza gacha cuando noten que son enfocadas por alguna cámara. Y, al terminar el partido, deben irse derechito para sus casas sin entretenerse en la calle, ni entrar a sitio alguna en busca de bebidas para calmar la sed, y en caso de bochinche, alejarse rápido de los hinchas tirapiedras. 

Cuán distinto de Las Mercedes. Como ahora hay una canchita, que construyeron por los lados del colegio, las mujeres, solteras y casadas, van en pantaloneta, shores corticos, blusas descotadas, no por causar tentaciones sino por el calor tan macho que allá se soporta. Son ellas las que más animan a sus jugadores preferidos y hasta saltan a la cancha a llevar en hombros, al autor de los goles del triunfo. Me contaba alguien que alguna vez se agarraron dos féminas por las piernas de un goleador que, por cierto, resultó ser primo mío.

Y es que las mujeres mercedeñas han sido pioneras en eso que llaman liberación femenina. Cuando no había carretera ni carros, ni motos, ni bicicletas, fue una muchacha, Vianny, la primera que tuvo bicicleta en el pueblo. Hija de un turco, don José Jaimed, que llegó vendiendo telas y se quedó para siempre, Vianny tuvo su caballito de acero (el término no es mío, sino de locutores deportivos), llevado por arrieros, y todas las tardes ella salía en pantaloncitos calientes (tampoco es mía la figura) a dar vueltas por las calles empedadas del pueblo, para sorpresa de los muchachos que nos quedábamos con la boca abierta ante aquellas piernotas y aquellos manubrios, y los pedales y la parrilla, y todo lo demás que nos ofrecían ciclista y bicicleta, en las tardes veraniegas de la población.  Las muchachas del pueblo, en cambio, la miraban con envidia, y las señoras se persignaban diciendo que el patas se nos había metido en figura de mujer.

Me dan lástima los hombres iraníes que jamás podrán ver estas imágenes hermosas de una quinceañera bonita, pedaleando con sus piernas bien torneadas y con el cabello largo flotando por el viento. 

Los que somos de Las Mercedes conocemos esposas que se van, del brazo de su marido, de cantina en cantina, tomando cerveza, de tú a tú con el hombre. No sé por qué inescrutables misterios de la constitución orgánica femenina, la mujer aguanta más licor que el hombre, y, en ocasiones, es ella la que lo lleva casi a rastras hasta la casa. Las mujeres iraníes, en cambio, no podrán darse ese gusto de emborrachar a su varón para demostrarle, luego, quién es el que lleva los pantalones en la casa y en la calle.

Sin embargo, hay algo que me gusta de la legislación iraní, frente a las mujeres, y es que son ellas las que deben ejecutar los oficios de la casa. Me gusta, porque eso de cocinar, lavar y hacer aseo es muy verraco. Lo digo por experiencia.

gusgomar@hotmail.com

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