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¡Mucho perro!
Día de los perros callejeros.
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Jueves, 1 de Agosto de 2019

A la misma hora en que en París coronaban a Egan Bernal como campeón de la vuelta ciclística de Francia, el pasado domingo, los amigos de los animales y las asociaciones que los protegen, andaban en otra celebración: El día del perro callejero.

Para los amigos de los perros, en especial de los chandosos que andan por las calles sin Dios y sin hueso, es más importante celebrarle su día a un sarnoso perro que dedicarse a festejar el triunfo de uno de los nuestros por allá en otros mundos, donde hablan enredado y botan la champaña y dan picos gratis. 

Pero bueno. Cada quien es libre de festejar a su manera a quien quiera.  Y los perros, aunque no tengan dueño ni pedigrí, merecen alguna fiestecita con purina, baño de cuerpo entero, peluqueada y algún hueso carnudo.

“Mientras más conozco a los hombres, más quiero a mi perro”, dijo alguien, supongo que una mujer. La frase hizo historia, se regó por el mundo, y cada vez que una mujer nos quiere pegar una pordebajeada, nos salen con semejante refrán. Yo he tratado de desquitarme con otro dicho, de mi propia cosecha: “Mientras más conozco a las mujeres, más quiero a mi perra”, pero no me ha funcionado. Debo reconocer que soy malo para inventar refranes, y para las perras.

Alguna vez adopté una perrita que llegó a mi puerta con quejidos suplicantes y mirada de caminante venezolano. La recogí y se quedó a vivir en mi casa, a pesar de la trifulca que me armó mi mujer. La llamé Princesa, en recuerdo de un perro de mi infancia, llamado Príncipe. Princesa se hizo al medio familiar, mis hijos jugaban con ella y mi mujer llegó a quererla.

Pero un mal día (no faltan los malos días), pasó por la casa un perro grandote, pastor alemán, seguramente escapado de su dueño, enamoró a mi perrita, la olió por delante y por detrás, no sé qué le diría al oído, qué pajaritos le cantaría, lo cierto es que se llevó a nuestra Princesa a mundos desconocidos por ella. Ese día supe que las perras son infieles.  Alguien me comentó después que había visto al alemán arrastrando a mi chandosa por los lados del Canal Bogotá.

Día de los perros callejeros. Recuerdo el poema del maestro Valencia, que nos enseñaron en el colegio, Anarkos, donde compara la vida de los perros callejeros con la de los obreros y la de los hombres que sucumben entre sus necesidades y sus penas: Mísero can, hermano de los parias… 

   “Todos los perros van al cielo”  y “La noche de las narices frías” son películas que van por  teatros y salas de cine del mundo entero, cosechando triunfos, como Egan Bernal los cosecha en carreteras.

   La literatura, la historia, el cine, el arte, los refraneros están llenos de páginas brillantes sobre los perros, algunos callejeros, otros nobles; unos de raza, otros hijos de padre desconocido; unos, leales (mueren al pie de la tumba de su amo), otros ingratos (muerden la mano de quien les da pan). 

    Hay perreras, hogares de paso caninos, asociaciones de gente defensora de perros y casas de protección para los perros. He visto perros callejeros, durmiendo bajo la luna, al lado de algún mendigo que comparte con él, las migajas que recoge de los basureros. Y se entienden los dos a la perfección: Mísero can, hermano de los parias.

   Pareciera que los humanos se llevaran mejor con los animales que con los mismos humanos. Conozco un amigo que le dice a su compañera: Mi perrita. Y ella, una mujer joven, muy bonita y muy agradable, sonríe coquetamente y le ladra con tiernos ladridos de amor. Se entienden a las mil maravillas.

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