Aprendí desde chiquito que en navidad hay que hacer las paces con todo el mundo: blancos y negros, feos y bonitos, inteligentes y brutos, mandamases y mandamenos. Porque la Nochebuena es noche de alegría, de paz, de compartir, de no hacerle mala cara a nadie, aunque sea nuestro enemigo o aunque se haya portado mal con nosotros.
Por tal enseñanza, heredada de mis mayores, yo hoy le tiendo la mano, presidente Maduro, para decirle borrón y cuenta nueva.
Esta noche no me acordaré de todo lo que usted nos hizo a los colombianos y la forma tan hijuemíchica en que usted sacó corriendo de sus casas a nuestros paisanos, que son también sus paisanos, y que vivían en ese país.
A la hora del brindis, esta noche, borraré de mi memoria el casete que llevo aquí grabado en mi mente con todas las ofensas que usted nos ha dicho desde que asumió la presidencia de ese país, que no es el suyo.
A la medianoche de esta noche, hora en que sonarán voladores, repicarán campanas y cantaremos el Gloria, a esa hora, no pensaré en usted, para no dañarme la noche ni la cena ni los guarapillos que llegarán junto a los abrazos y los picos de felicidad y de pascuas.
Le prometo, además, que no hablaré mal de usted en la reunión familiar de esta noche, reunión en la que se raja de todo el mundo. Y cuando los contertulios lleguen a la M de Maduro, yo me haré el soco y me levantaré de la mesa para no acolitar los madrazos que le echarán a usted.
Será noche de paz la de esta noche. De manera que le perdonaré todo lo miércoles y jueves que usted fue con nuestra gente de la frontera, con esa infame y vergonzosa cerca de alambre de púas y con esa persecución que les montó a todos los que decían que eran colombianos.
Aquí tiene mi mano de cucuteño, de hombre de la frontera, de colombiano.
Y para que vea la seriedad de lo que le estoy diciendo, quiero darle algunos consejos de amigo, de hermano, de paisano:
Primero, deje el odio que lo carcome por dentro y por fuera. Ese odio contra la humanidad, contra los mismos venezolanos y contra los colombianos, no le queda bien ni le embellece su figura, ya bastante deteriorada.
Segundo: Trate de no hablar mucho en público, que cada vez que lo hace, la embarra (por no decir otra palabra que no me dejan publicar en este periódico).
Tercero: Deje de meterse en camisa de once varas. Deje que los venezolanos arreglen sus problemas ellos mismos. A los colombianos nos toca estar aquí metiéndole el hombro a lo nuestro.
Cuarto: No se aferre al poder, que no es suyo. Acepte con humildad la muenda que le dieron, cierre el pico y agache el tuste.
Quinto: Véngase de donde no lo quieren. Aquí lo recibimos, a pesar de todo, como se recibe al hijo pródigo, mal hijo y desagradecido. Le garantizo que con usted nos haremos los de la vista gorda, y hasta es posible que le ayudemos a conseguir un camioncito para que siga manejando, que es lo suyo.
Hágame caso, Maduro, por vía suyita, como decían sus nonos en estas breñas. No nos haga quedar más mal en parajes extraños.
Y una última cosita: Cuando decida regresar, primero abra la frontera para que pueda pasar por el puente y no le toque meterse al río.
Feliz navidad, querido amigo. Mientras me da el gustazo de abrazarlo personalmente, déjeme desearle unas gratas fiestas y unas felices pascuas.