El huevo es símbolo de fertilidad, de vida, de alegría. Donde hay huevo hay procreación. Siempre ha sido así. Los pueblos antiguos celebraban la llegada de las aves con rumbas públicas y algarabías porque sabían que su llegada era para traer vida a la región, ya que venían a poner huevos para darle al mundo nuevas crías.
Parece ser que estas fiestas paganas las tomaron algunos pueblos cristianos para celebrar la resurrección del Señor, que es el triunfo de la vida sobre la muerte. Así nació la idea de celebrar con huevos la llamada Pascua de resurrección.
Las familias se reunían, cantaban canciones, tomaban vino y comían huevos adornados con chocolate. Como eran pocos los huevos para tanta gente, decidieron hacerlos de harina y chocolate y adornarlos con flores, aves y corazones.
La costumbre se hizo comercial y así nacieron empresas de huevos de chocolate, que siguieron llamándose huevos de pascua, para regalarse entre novios y amigos. Los almacenes y calles y casas se adornaban con tales huevos, de tal manera que el día de pascua las ciudades amanecían enhuevadas, es decir, llenas de huevos. La costumbre de enhuevarse se extendió por las ciudades de Europa y de Estados Unidos, y de Argentina y Chile en Suramérica, donde aún hoy se sigue celebrando la pascua a punta de huevo.
Entre nosotros la costumbre del huevo pascual no ha tomado mucha fuerza. Unos pocos se regalan huevos de harina con chocolate y figuritas, pero la cosa no se ha generalizado. Este domingo de pascua que acaba de pasar, una amiga me envió por whasApp una tarjeta con la figura de un huevo de pascua, deseándome muchas felicidades. Se lo agradecí de corazón, pero no sé por qué mi amiga se acordó del huevo para desearme larga y buena vida.
El otro día era común entre los muchachos celebrar con huevo los cumpleaños de los amigos, partiéndole al cumpleañero varios huevos en la cabeza y embadurnándolo de harina. El Iva, la pérdida del valor adquisitivo del peso y las cantaletas de las mamás porque les robaban los huevos para botarlos, habiendo tanta hambre en la calle, han venido acabando con esta costumbre tan contraria a la caridad cristiana del huevo.
El presidente Uribe se vanagloriaba de los tres huevitos que su gobierno le dejaba a su sucesor, para que los empollara y los pusiera a producir con más fuerza: seguridad, confianza inversionista y cohesión social. Pero, según la oposición, Santos se sentó sobre los tres huevitos y los partió. Algunos dicen que a Santos le faltaron huevos para seguir con los huevitos de Uribe.
Mi mamá echaba camadas de huevos para que las gallinas cluecas los calentaran durante 21 días, al cabo de los cuales nacían los pollitos y era una fiesta entre los niños de la casa y de la vecindad, ver cómo iban saliendo los polluelos del cascarón, que ellos mismos rompían con su débil pico amarillito. Blanco, redondo, gallina lo pone, decía la adivinanza infantil. Y una canción decía que el puente está quebrado y que lo curaremos con cáscaras de huevo.
Como se ve, desde pequeños estamos trajinando con el huevo, en versos, adivinanzas, canciones y el caldito de todas las mañanas. Los cumpleañeros nos hacen dar nostalgias del huevo que les rompíamos en la testa. Los políticos nos dan cátedras de huevo. Los nutricionistas nos hablan de las bondades del huevo. En la pascua se revive el huevo. Y hasta las amigas nos recuerdan al huevo. ¿Qué tendrá, entonces, el huevo? Un buen tema para una conferencia de El cinco a las cinco: “Los secretos del huevo”.