Pasé anoche por el frente de la Biblioteca Julio Pérez Ferrero y sentí que adentro había ambiente de fiesta. Como me gusta la gorra, me colé como pude, pasé por debajo del mango, que no da pájaros, pero da mangos, y llegué al patio principal. Allí, debajo de la luna, me topé con la rumba más exquisita de todos los tiempos.
Don Quijote bailaba con Dulcinea y le murmuraba cosas al oído, tal vez con ganas de llevársela para La Ínsula, donde gobernaba su amigo y viejo guardaespaldas. García Márquez bailaba en el centro de un círculo que le hacían sus alegres Putas tristes. Un viejito, de bastón y gafas gruesas culoebotella, de hablar enredado y con la piel llena de años y de arrugas, trataba de meterse en el cuento de la danza, pero nadie le paraba bolas. Lo llamaban El Incunable.
La revista Mito andaba enfrascada en una discusión con Sabatina, mientras los poemas de Cote Lamus danzaban abrazados de los poemas de Gaitán Durán. Vi libros de Méndez Camacho, David Bonells y Juan Manuel Ramírez, tres de los grandes poetas de la actualidad. Y libros nuevos, olorosos aún a tinta, como No soy perfecta…, de Eleonora Martín; Aquí sólo regalan perejil, de Luna Maldonado; Memorias, de Tomás Wilches, y muchos otros.
Había libros viejos, libros buenos, libros grandes, libros recién salidos del cascarón y libros que nunca salieron de los estantes. Me dio pesar con éstos y me acordé de aquella canción colombiana que dice algo así como “me volví viejo de tanto esperarte, como aquellos libros que se envejecieron sin hallar lector”. Triste destino: no encontrar quién lo quiera a uno, semejante al del libro que no encuentra quién lo lea.
Pero eso es otra cosa. El director de la fanfarria era Julio García Herreros, que movía la batuta de un lado al otro, y de inmediato su séquito de mujeres bonitas y trabajadoras, del que vive rodeado, acudía a cumplirle sus órdenes. El hombre, bailaba en una pata- Y no era para menos porque la biblioteca estaba de cumpleaños. Hace poco celebró sus cien almanaques, bien vividos, saltando matones y sobreviviendo entre las verdes y las maduras.
Por una extraña coincidencia, se juntaron dos Julios: Julio Pérez Ferrero, nombre de la biblioteca, y Julio García Herreros, su actual director. Ambos, uno muerto y otro vivo, son ya de nuestra historia patria. Algún día les haremos estatuas a estos dos prohombres de nuestra cultura.
A García Herreros se lo topa uno con una totumita en la mano, en las oficinas públicas y privadas, viendo a ver qué consigue para la Biblioteca. Logra algo, a veces, y a veces sale con la totuma vacía. Pero, a trochas y a mochas, sigue insistiendo, no se desanima, dice que para atrás no mira, por temor a los muertos que asustan en los pasillos de la biblioteca. Y por eso hoy tenemos una de las mejores bibliotecas del país. Y Julio no se las da, ni se le suben los humos.
La fiesta durará toda la semana. Presentación de libros, conferencias, exposiciones, recitales, música y libros, muchos libros para vender. Porque los libros no se deben regalar. Es cuestión de principios.
El sábado, en la noche, cerrará la semana la Asociación de Escritores de Norte de Santander con un recital poético, en el rincón más romántico de la biblioteca, el sitio al que llaman L a Terraza. Allí, bajo luceros y entre vino y canciones y poemas, le cantaremos a la vida y al amor y a la alegría.
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