
Álvaro Leyva Durán creció con el abono de la sordidez política que predominó en los tiempos de la violencia atizada por el sectarismo partidista a finales de los años 40 del siglo XX. Era un niño cuando en esa etapa la lucha por el poder se libraba a sangre y fuego. Fue heredero de las acciones de su padre en el Partido Conservador, colectividad alineada en la beligerancia con que se defendía el plan hegemónico de gobierno. Llegó a la función pública como miembro de corporaciones de elección popular o titular de ministerios. En esos escenarios tuvo protagonismo por un buen tiempo.
Después asumió gestiones relacionadas con la búsqueda de salidas al conflicto armado y esto le permitió establecer relaciones con las guerrillas. Se creyó que todo lo hacía como decisión de promover la paz y contribuir a la construcción de una nación en la perspectiva del bienestar general. Era un cambio considerado como positivo y con esa percepción es nombrado Ministro de Relaciones Exteriores por el presidente Gustavo Petro. Una oportunidad para sobresalir y dar pruebas de fidelidad a un programa de cambios para superar las brechas de desigualdad que pesan sobre Colombia.
Sin embargo, a Leyva se le caen las apariencias que le servían para embaucar. No tenía convicciones sino máscara. Y queda demostrado que su entramado era deleznable, con la fragilidad propia de la mentira.
Como en la Cancillería no logró las metas de sus intereses particulares y hasta fue sacado del cargo por sanción que le aplicó la procuradora Margarita Cabello, se rebasó de resentimientos y decide arremeter contra el Presidente que lo había llevado a tan alta posición. Entonces teje el entramado de las cartas que escribe con la tinta de la abyección y la ponzoña de la estigmatización para provocar el mayor daño. Queda al descubierto su descalabrada condición humana y la mezquindad de su talante.
Los desatinos de sus actos le parecieron mínimos a Leyva, por lo cual monta el entramado de un golpe de Estado contra el Presidente legítimo de Colombia y en el afán de ejecutarlo acude a la ayuda extranjera y busca el apoyo del presidente de Estados Unidos Donald Trump, pero no logra su aprobación. También le propone alianza a grupos de alzados en armas e involucra en la aventura a dirigentes colombianos.
Leyva asumió un protagonismo que se le ha convertido en laberinto, comenzando por la improvisación con que se pretendió desmontar al gobierno. Está atrapado en la torpeza de sus cálculos. Y quedará signado para siempre con esa marca de conspirador y de traidor a su patria.
Leyva es la expresión de la torpeza y le quedará casi que imposible recobrar respeto. Él mismo ha cavado su tumba. Es su autoeliminación. Y lo hizo con sus propios pasos, bajo la presión de los malos sentimientos, que estallan cuando las metas trazadas no se logran y entonces los cálculos de utilidades se evaporan. Es el fracaso irreparable. Así el país se ha salvado de caer en otra situación de suplicio.
Puntada
La soberanía de Colombia no puede quedar al arbitrio de otra nación. Se equivocan los que pretenden que se regrese a la sumisión colonial.
ciceronflorezm@gmail.com
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