Si no fuera trágica la crisis venezolana, sería una comedia la de varios colombianos defendiendo el régimen instaurado por Hugo Chávez, que hoy preside su “ilustrado” sucesor.
Algunos simpatizantes no ven la realidad de Venezuela porque, probablemente, sólo la han visitado en lujosos carros y recibiendo información oficial. Otros, que seguramente conocen las angustias de la mayoría de sus habitantes, (excepto los chavistas, claro está,) callan cínicamente.
Y los interesados en copiar el Socialismo del Siglo XXI, como las Farc y los políticos de su entorno, tratan de justificar los atropellos de la dictadura con argumentos populistas.
La revolución bolivariana se apoderó de Venezuela -“para no irse jamás”- en elecciones legítimas cuando la inmensa mayoría votó seducida por el discurso de Hugo Chávez que prometía amparar a los pobres, erradicar la corrupción oficial y unir a América bajo la espada de Bolívar.
La “revolución” se sostuvo durante 14 años con el apoyo popular y el de los países que recibieron su ayuda, gracias a la enorme riqueza petrolera que Chávez encontró y despilfarró, multiplicada por el alto precio del petróleo que llegó a los 100 dólares por barril durante sus primeros mandatos.
La economía venezolana depende casi exclusivamente de la industria petrolera administrada directamente por el gobierno.
La manera de perpetuarse en el poder fue capturar todos los órganos del Estado, y, así, la “revolución” se tomó el congreso, la rama judicial, el poder electoral y los órganos de control.
Además, con la experiencia de que, en Venezuela, un golpe de estado sólo lo pueden dar los militares, Hugo Chávez hizo una purga para dejar solamente a oficiales afectos a su régimen, con la ayuda de Cuba que estableció un sistema de inteligencia militar para descubrir a cualquier desalineado.
En adelante, el asunto sería más fácil: Adueñarse de la empresa privada para que todos dependieran del gobierno, y subsidiar a los partidarios para ganar las elecciones con la complicidad del Consejo Electoral.
El asunto cambió, no solamente con la muerte de Chávez, sino porque los ingresos petroleros disminuyeron dramáticamente. El precio del crudo se vino abajo pero, lo más grave, es que PDVSA fue objeto del más brutal saqueo después de que despidieron a 20.000 técnicos capacitados para reemplazarlos por “chavistas”. En poco tiempo, la nómina se aumentó en 100.000 nuevos empleados.
El peor de los males que carcomió al régimen fue la corrupción. Los “revolucionaros” se convirtieron en “boliburgueses” que se apoderaron de los contratos de PDVSA; del control de divisas para enriquecerse con el diferencial cambiario; de las importaciones; del contrabando y del narcotráfico. En nombre de los pobres se enriquecieron los avivatos.
En Colombia, donde no hay una riqueza como aquella, el socialismo del Siglo XXI pretende llegar al poder, también, por medio de elecciones, que aquí se ganan con plata y con trampa como lo saben sus militantes que son expertos en el saqueo regional. Y, obviamente, con las ganancias del narcotráfico. Después, será apoderarse de los otros órganos del estado, tarea que ya empezaron a adelantar.
Tomado el control total del Estado, cualquier jumento puede ser Presidente.