Llegaron de todo el universo. Los hermanos Tarazona echaron a su camioneta los hijos, un sombrero para Isidorito y unos chiros frescos, y se vinieron desde los Llanos. No les importó el cansancio: bailaron hasta la madrugada.
John Ureña andaba por allá en las Europas cuando supo de la rumba mercedeña en Cúcuta. De inmediato suspendió la gira, canceló la audiencia con el Papa Francisco y aquí vino a dar.
De la Costa, de Bogotá, de Venezuela, de Medellín, de las selvas, de los mares, de todas partes donde hubiera mercedeños, aquí llegaron. De Chinácota, de Sardinata, de Pamplona, de Ocaña y sus alrededores, y del mismo pueblo de Las Mercedes, hubo gente ese sábado 12 de octubre.
Un día cualquiera, a Pepo Lázaro, mercedeño a carta cabal, le entró la ventolera de hacer un reencuentro de los mercedeños que se encontraban regados por todo el país y fuera de él. Con sus hermanos y otros amigos con pinta de líderes, se dio a la tarea de organizar un festival donde hubiera de todo, desde misa en honor de nuestra patrona, la Virgen de Las Mercedes, hasta competencias deportivas y música y bailoteo.
La misa, como siempre que hay reuniones mercedeñas, la celebró el padre Pedro Julio Correa Molina, pero esta vez acompañado de otros curas mercedeños. El padre Julio, además de excelente pastor, resultó futbolista. No podía ser de otra manera si él nació y se crió al frente de la plaza, donde todas las tardes los muchachos y algunos viejones salían a darle pata a un balón, lo que llamaban jugar fútbol. Pues bien, Julio es el arquero de la selección diocesana de fútol, y el día anterior a la fiestolaina mercedeña se encontraba en Chiquinquirá jugando la final de un campeonato internacional de fútbol para ensotanados. Así que nuestro arquero pidió que adelantaran el partido para poder estar con sus paisanos al día siguiente. La fiesta en Cúcuta comenzó tarde esperando que llegara el presbítero mercedeño, que traía medalla de campeón de los curas futbolistas.
Allí, pues, hubo de todo, pero sobre todo la alegría del reencuentro. Compañeros de escuela, viejos amigos, muchachas de entonces, bonitas y querendonas, convertidas en elegantes señoras, y una cantidad de gente joven a quien uno no conoce, pero que por la cara uno los va sacando: ésta debe ser hija de doña Dolores, aquel es de los del Tagual y aquella debe ser de Caño Negro.
Fue un día especial. Dicen que jamás en Cúcuta se habían reunido tantos mercedeños, con tan buenos propósitos, como el de orar y jartar, abrazarse y bailar, jugar y reírse de los demás. Por eso será que dicen que “el que peca y reza, empata”.
Cómo estaría de buena la cosa, que hasta a mí me dieron una placa con ribetes de oro y letras góticas, por mis escritos sobre Las Mercedes. Me llenó de emoción recibir de manos de Gloria Tarazona, tan importante reconocimiento, por ser ella quien es, por mi amor por mi pueblo y por sentirme en medio de mi gente.
Ojalá todos los años se sigan repitiendo estos encuentros, y ojalá algún día podamos organizar la caravana del retorno a nuestro querido caserío. Y que Pepo y otros Pepos sigan metiéndole el hombro a estos eventos. Porque con gente como los Tarazonas y los Lázaros y muchos otros, Las Mercedes no se raja.