Cuando vi a mi amiga atalayense (¿o atalayera?) llorar porque habían quitado el Indio Motilón, del lugar donde siempre había estado, en el inicio de la subida hacia Atalaya, cerca de la Terminal de transportes, yo también me conmoví y se me encharcaron los ojos.
-¿Qué pasó?- le pregunté, prestándole mi pañuelo blanco para que se secara los lagrimones que le caían como gotas gigantes de rocío, maltratándole los cachetes y empapándole los azules combinados de la blusa.
-Que se llevaron al Indio, nuestro Indio –me dijo con voz de niña consentida –y no sé, no sabemos dónde lo han puesto. Eso no puede ser, noooo –y arrancó a berrear como cuando a un bebé se le cae el tetero.
Traté de calmarla, pero entre más consuelos le daba, más se emperraba a llorar, con lágrimas, mocos y gemidos. La atraje hacia mí, como hace Abraham con las almas que llegan a su seno, le sequé los ojos, le limpié la nariz y le calmé el hipo.
Quise comprobar la verdad de lo que a mi amiga le causaba tanta tristeza, y me fui hasta el Indio. Lo que vi me dejó con el corazón achicharrado. Donde antes existía una estatua de indio musculoso, fornido y esbelto, sólo quedaba un espacio vacío. Un hueco en la tierra recordaba el sitio en donde, por más de cincuenta años, el hombretón, llamado Indio, estuvo atento, a sol y agua, vigilante insomne de los habitantes de aquella ciudadela, para protegerlos como guardián sin sueldo.
No encontré indio, flecha, ni taparrabo. Allí no había nada. Apenas silencio, nostalgia, vacío, recuerdo. Le di, entonces, la razón a mi amiga, y justifiqué sus lloriqueos de adolescente que ha perdido a su novio.
Porque la estatua del indio motilón servía para muchas cosas:
Para direccionar a los perdidos o desconocidos: Más arribita del Indio. Antes de llegar al Indio. Cruce por el Indio.
Para señalar zonas de perdición y de pecado (cuando existía la Zona de tolerancia llamada La Ínsula): Vaya para donde señala el Indio: allá encuentra mujeres pereiranas y morenas del Caribe.
Para los choferes de gasolina barata: Por los lados del Indio consigue de la que traen por las trochas.
Para que los alcaldes les dieran contratos a pintores de brocha gorda: Échele unos brochazos de pintura al Indio, del color que sea, y pase la cuenta de cobro. No olvide el 15% de ley.
Para que los historiadores terciaran en el asunto: ¿Es o no esa estatua, la figura de un indio motilón?
Para que los atalayenses (¿o atalayeros?) sintieran al Indio como uno más de ellos: Nací, me crié y me volví viejo pasando todos los días por el lado del Indio.
Para que las mamás estimularan a sus hijos pequeños: Tómese la sopa para que se vuelva fornido y musculoso como el Indio.
Para el punto de partida de manifestaciones de los maestros: Nos encontramos al pie del Indio.
Para que los promotores de turismo citaran al Indio como uno de los atractivos de la ciudad.
Para que los políticos pegaran allí sus afiches de campaña.
Para que las palomas y pájaros hicieran sus necesidades sobre la cabellera del Indio, igual que hacen sobre la figura del general Santander en el parque de su nombre.
El Indio motilón, de Cúcuta es, pues, un ícono de la ciudad. Si la estatua no vuelve al mismo sitio o a un sitio cercano, pienso que los atalayenses (o atalayeros) se pueden rebotar en un alzamiento popular y hasta es posible que respalden a los politiqueros que andan proponiendo la creación del municipio Juan Atalaya.
Y si la estatua no aparece, ¿se imaginan ustedes qué será de mi amiga, la berrietamente consentida, si yo no estoy cerca para brindarle mi apoyo, mi mano y mi pañuelo?
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