
Cuando se observan los datos sobre desigualdad en América Latina, resulta inevitable sentir una mezcla de indignación y desasosiego, especialmente al constatar que esta desigualdad se transmite de generación en generación a través de diversos mecanismos. En sociedades donde se promueve constantemente el discurso del “tú puedes”, del esfuerzo individual como garantía de éxito, el mito de la meritocracia actúa como un evangelio secular moderno. Sin embargo, la realidad es cruelmente indolente y contundente.
Siguiendo a Michael Sandel, el éxito no es el resultado exclusivo del mérito personal. Por el contrario, esta visión meritocrática se ha convertido en una forma de arrogancia moral que divide a las sociedades, deslegitima a los perdedores del sistema y socava el bien común. Esta lógica imputa culpa a quienes fracasan y otorga legitimidad moral a quienes triunfan, debilitando así la empatía social. Para Sandel, el éxito también depende de circunstancias sociales, de la suerte y de privilegios heredados. Por eso propone una sociedad que valore a las personas por su dignidad inherente, más allá de su posición económica, y que revalorice los trabajos manuales y técnicos tradicionalmente marginados.
En esta misma línea, Norberto Bobbio advierte que la igualdad no es un hecho natural, sino una construcción normativa. Los seres humanos no nacen con las mismas capacidades ni en las mismas condiciones, pero la idea de igualdad emerge como un principio ético-político que busca corregir desigualdades consideradas injustas. Las diferencias inevitables (biológicas o naturales) no deben servir de justificación para desigualdades evitables (sociales o políticas). Por eso las preguntas que formula Bobbio siguen siendo esenciales: ¿igualdad entre quiénes? ¿e igualdad en qué?
Según el Reporte de Economía y Desarrollo 2022 de la CAF, el 10% más rico posee el 76% de la riqueza en la región. Los sectores más pobres no solo heredan la escasez de activos, sino también la falta de acceso al crédito, a redes sociales influyentes y a la educación financiera. Así, la posibilidad de tener una vivienda o un negocio está fuertemente condicionada por el patrimonio de los padres: en 2021, haber crecido en un hogar propietario aumentaba en 12 puntos porcentuales la probabilidad de también serlo.
La desigualdad trasciende el ingreso: abarca la vivienda, los negocios, la tierra y los activos financieros. Heredar una casa o una empresa implica no solo ventajas materiales, sino también estabilidad y posibilidades de acumulación. El 35% de los propietarios de vivienda y el 21% de los empresarios en América Latina adquirieron sus activos por herencia. Esto configura un sistema donde las oportunidades no dependen del talento o del esfuerzo, sino del linaje.
Las crisis económicas y los desastres naturales, por su parte, golpean con mayor fuerza a los más pobres, quienes además de perder lo poco que tienen, ven afectada su capacidad futura de recuperación. Entre 1992 y 2021, 4.3 millones de personas perdieron su vivienda por desastres naturales en la región. Durante la pandemia, la tasa de liquidación de ahorros en el quintil más pobre se duplicó.
Bobbio señala que la igualdad real no se alcanza únicamente con leyes, sino mediante políticas públicas capaces de eliminar barreras estructurales. La igualdad no implica uniformidad, sino reconocimiento de la diversidad en condiciones equitativas. Asimismo, la libertad y la igualdad no son opuestas, sino complementarias: la libertad sin igualdad solo consolida los privilegios.
América Latina necesita avanzar en la lucha contra las trampas hereditarias de la riqueza. Se requieren reformas fiscales progresivas, especialmente en materia de herencias; ampliación del acceso al crédito; educación financiera seria y accesible; y sistemas de protección social robustos. También es urgente implementar políticas de fortalecimiento productivo y corregir las disfuncionalidades del mercado laboral. Solo así será posible caminar hacia un modelo de desarrollo más justo, inclusivo y democrático
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