
A raíz de los recientes eventos, bien conocidos por todos, que tuvieron lugar en el Vaticano durante los últimos meses, con mi novia nos pareció una más que oportuna ocasión para revisitar la trilogía de Ron Howard basada en las novelas de Dan Brown. Primero, la tan esperada como errática “El Código da Vinci”, con el Tom Hanks más indiferente de la franquicia, siempre incapaz de ocultar su cara de que sólo vino para cobrar el cheque; luego, “Ángeles y Demonios”, que durante años me puso a sospechar (y con razón) de cada uno de los camarlengos de turno; y, finalmente, la más polémica narrativamente hablando, “Inferno”, actualmente nuestra favorita de la saga y el motivo que nos ha traído hoy hasta aquí.
Para poder discutir a profundidad este asunto, como es merecido, forzosamente tendré que tirar un espóiler monumental sobre el final de la película en aras de cerrar la brecha asimétrica que pueda existir entre la información que manejan los lectores, así que aquí va: tras una frenética persecución por múltiples países, con las rojizas aguas de la enigmática Cisterna Basílica de Estambul de fondo, el profesor Robert Langdon logra impedir a tiempo que un virus con potencial para reducir a la mitad la población del planeta se esparza, consiguiendo así salvar el día. ¿Cuál es el problema entonces? Pues que el final original del libro es radicalmente diferente, tanto que no sólo Tom Hanks no gana, sino que fracasa estrepitosamente y, a cambio, un tercio de la humanidad pierde su capacidad de tener hijos.
Por supuesto que en todas las adaptaciones a la pantalla grande hay cosas que varían (se simplifican tramas, se suprimen o inventan personajes, se omiten arcos argumentales, etc.) pero llegar al punto de cambiar completamente el desenlace del texto fuente del que bebe es algo muy raro de ver. Más aún cuando, a mi juicio, el final auténtico de “Inferno” es de lejos el mejor de los que ha inventado Dan Brown. Desde sus primeros experimentos literarios con “La Fortaleza Digital” y “La Conspiración”, hasta sus obras más maduras como “Origen”, no importa la amenaza a la que se enfrenten los personajes (los Illuminati, la inteligencia artificial, un infiltrado en la Casa Blanca, elijan cualquiera) las piezas siempre terminan encajando en su lugar… Salvo en “Inferno”, claro.
Y por eso es que, sin lugar a dudas, esta es la obra más valiosa del universo browniano, pues,aunque mantiene la fórmula ganadora del autor uniendo el arte de Dante con el misterio de un patógeno biológico letal en una trepidante aventura por Florencia, en sus páginas finales nos da una cachetada con un cierre que nadie ve venir y que deja fascinantes interrogantes en el aire. Además de la palpable sensación de vacío y desesperanza que la película no consigue ni tampoco busca transmitir, pues Ron Howard ha capitulado bajo la tiranía del final feliz en pos de un espectador que no va al cine para ver perder a la raza humana. Para eso le basta con encender la televisión y poner el noticiero.
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