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¡La suya!
¿Por qué razón las mamás siempre pagan el pato de lo que hacen sus hijos?
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Miércoles, 27 de Mayo de 2015

Todos los años por esta fecha, es decir, en vísperas de la fiesta de la Madre, una inquietud me desvela con ahínco: ¿Por qué razón las mamás siempre pagan el pato de lo que hacen sus hijos? ¿Por qué en toda pelea, la primera que sale a bailar es la mamá del otro? ¿Por qué la mamá del contrincante siempre recibe el calificativo de puta?

La mamá del contrario puede ser una viejita santa que no le hace mal a nadie, puede ser una santa Mónica (la mamá de san Agustín, que era un Lucifer antes de ser santo), o puede estar muerta, o a miles de kilómetros del lugar de la pelea, pero siempre es a ella a la que se ofende, catalogándola como una cualquiera, de esas que buscan clientes para satisfacer el cuerpo y el bolsillo.

   La mamá del profesor que raja a sus alumnos es una de ellas. La mamá del árbitro en todo partido, es una de esas. Las suegras, unas más y otras menos, todas son de esas.  La mamá del jefe no puede ser otra sino una de ellas. En síntesis, todas las mamás son unas perdidas.

La mamá del chofer,  la mamá del alcalde, la mamá del vendedor, la mamá del que escribe, la mamá del que trafica, la mamá del político, la mamá del cura, la mamá de la mamá, todas las mamás, menos la propia, caen bajo ese calificativo. Y por lo tanto, a los hijos se les dice que son unos hijuetales.

Hasta hace unos  años, mentarle la madre al otro era causa de pelea. Era un asunto de vida o muerte. Había que defender el honor de la madre, como fuera. Muertos hubo por un mentada de madre.

Eso era antes. Ahora, decir “hijueputa” (y perdónenme la expresión y otras) es un saludo de los muchachos. Al amigo, al parce, al compañero, se le dice así, y no pasa nada. Usar tal palabrota es señal de modernismo. Y los papás la escuchan, y no pasa nada. Y los profesores la escuchan, y no pasa nada. Recuerdo a los papás de antes: le reventaban la boca al hijo que se atreviera a pronunciar delante de ellos semejante grosería. Y los profesores castigaban al grosero. Hoy sueltan la risa.

Pero nombrarle la mama al otro, no es sólo lenguaje de gamines o de gente de la calle. Es vocabulario de todo el mundo: De profesionales, de universitarios, de colegiales, de niños de transición.

Yo no sé si fue con el Concilio Vaticano II, o con la Constitución del 91, pero las costumbres se degeneraron, empezando por el vocabulario. Y algo peor: En otras épocas, decir “hijueputa” era señal de machismo, de guapeza, de virilidad. Hoy también las mujeres, las señoras, las señoritas, las muchachas bien, todas en general, de igual manera hijueputean, que da miedo.

-Terminé con Ricardo –le dice la hija a la mamá.

-¿Y esa joda?

- El hijueputa me la estaba haciendo con una zorra de su oficina.

-¡Mucho malparido!

 O sea que la madre dejó de ser lo más sagrado, lo más bello, lo más intocable. Ahora se la manosea a diario, y a diario se trapea con ella el piso.

 Como decía antes, la madre es la que paga el pato porque sí o porque no, para saludar o para ofender. Si se hiciera una encuesta, sabríamos que la palabra más utilizada en el lenguaje cotidiano es esa: hijueputa. Mejor hacen los árbitros, que al salir a la cancha, antes de comenzar a pitar, se dirigen a las tribunas y gritan, seguros de lo que vendrá luego: “¡La suya!”. 

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