Medio siglo de violencia continua en Colombia, que es el conflicto armado padecido, con sus diversas formas de victimización de la población civil y de tan marcada intensidad, ha dejado estragos de alto impacto.
Dice el Centro Nacional de Memoria Histórica:
“La magnitud de los daños que ha producido el conflicto armado se confunde con las otras múltiples violencias que vive nuestra sociedad. Sin embargo, la guerra ha sido estremecedora, y tanto su larga permanencia entre nosotros como su degradación merecen una reflexión.
“Basta con decir que entre 1958 y 2012 murieron 220.000 personas como consecuencia del conflicto armado. Esto equivale a toda la población de una ciudad como Sincelejo o Popayán. Esa cifra también permite confirmar que una de cada tres muertes violentas del país la produce la guerra, y que durante cinco décadas, en promedio, todos los días murieron 11 personas por esta causa.
“Lo más grave es que 180.000 de esos muertos (el 81%) eran civiles. La guerra colombiana no ha sido una guerra de combatientes, sino que todos han enfilado sus fusiles contra quienes están desarmados. A veces de manera colectiva, con masacres, pero la mayor parte del tiempo de manera selectiva a través de sicarios o comandos que actúan rápido y casi siempre sin dejar huella”.
Toda esa devastación tiene un peso aplastante. Es el sufrimiento generalizado que lleva al debilitamiento colectivo, con frustraciones y acumulación de miserias que no pueden ocultarse. Los responsables de esa situación no son solamente los alzados en armas al margen de la ley. A quienes han tenido el manejo de la nación en diferentes frentes también les cabe culpa. Han carecido de liderazgo y de ideas y por lo tanto se quedaron acumulando privilegios con sentido de exclusión, quitándole oportunidades a la mayoría de los colombianos. Ese desnivel es un pasivo generador de las turbulencias que se padecen.
Esas voces que gritan o susurran contra una salida negociada del conflicto armado son los nuevos victimarios. Por egoísmo, torpeza, perversidad o interés utilitario se empeñan en que se prolongue no solamente la violencia, sino también los factores de crisis de la nación.
Es contra esa pretensión que se debe luchar. Porque no puede ser posible que una casta de depredadores secuestre al país y lo reduzca al ámbito de sus caprichos para seguirlo explotando, con sujeción al atraso. Es la barrera contra la democracia y los cambios que tienen que hacerse para salir de tantos oscurantismos acumulados.
No se puede perder la nueva oportunidad de salir de las estrecheces de una sociedad fragmentada en clases y devorada por tantas violencias.
Puntada
No es que Hillary Clinton represente una corriente de cambios profundos en la política de Estados Unidos. Pero su candidatura a la Presidencia de esa nación con aval del Partido Demócrata es más concordante con la democracia frente a Donald Trump que es un retrógrado empedernido, con ímpetus belicistas, apegado todavía al Ku Kux Klan, segregacionista y patán. Hillary es la decencia. Trump es la agresión.