Desde que estaba en el kínder de la escuela, de su natal Arboledas, Serafín era amante de los versos. Declamaba, a media lengua, Los pollitos dicen pío, pío, pío, y se ganaba los aplausos de las niñas y los niños. Sobre todo de las primeras. Y era la admiración de los mayores, que veían en aquel niño un futuro cargado de poesía.
No se equivocaron. Hoy, Serafín Bautista Villamizar acaba de publicar su vigésimo tercer libro. Veintitrés libros de poesía, cuento, ensayos y novela.
Todo un récord para un escritor que tiene que acudir a su bolsillo para publicar. Y todo un esfuerzo para él, que apenas tiene sueldo de maestro.
Lo que indica su vocación de escritor, por encima de todo.
Serafín nació en Arboledas, un pueblo pródigo en gente grande, pues ha dado obispos, rectores de universidades, gobernadores, médicos, docentes, ingenieros, músicos y escritores de talla.
Allí nació, se crió, jugó al trompo en las calles, le dio pata al balón en la plaza y aprendió a leer y escribir en la escuela del pueblo. Lo mismo que todos los niños.
Pero, a diferencia de los demás, tan pronto supo garabatear letras, empezó a componer versos. De modo que cuando obtuvo su título de bachiller, el muchacho ya tenía varios cuadernos emborronados con poemas de su puño y letra.
Los poemas mejoraron, pero no su letra, que sigue siendo garabatuda.
Su carrera universitaria, entonces, no podía ser otra, sino la de las letras y la pedagogía. Se hizo maestro, se especializó en lenguas, que ha sido otra de sus grandes debilidades, y en las que le ha ido muy bien.
Recorrió medio departamento como maestro y como rector de colegios. Y en pueblos y veredas dejó su huella de maestro y de escritor. Y llegó a Cúcuta, donde ha sido rector de importantes instituciones oficiales y privadas.
Serafo, como le dicen sus amigos, es tímido por naturaleza. Habla poco, pero escribe mucho. Habla poco, pero cuando empieza a hablar, no lo para nadie. Él trata de esconderse para que no lo vean, pero lo delatan sus escritos.
Hace algunos años lo llamaron de la Alcaldía de esta ciudad para que asumiera la Secretaria de Educación. El magíster Serafín, que ya había recorrido las diversas instancias de la educación, creyó que el asunto era mogollo y aceptó. No sabía que allí también se mueve el mundo de la politiquería con sus intrigas, chanchullos y jugadas de doble filo, y cuando se dio cuenta el hombre estaba metido en la boca del lobo. Prefirió renunciar antes que untarse. Y salió con las manos limpias, la frente en alto y la pluma enhiesta para seguir escribiendo. Una de sus novelas, La ruta del regreso, trata de esa frustrante experiencia.
Hoy Serafín Bautista Villamizar, rodeado del amor de su esposa, de sus hijos y de sus nietos, y acompañado de sus amigos maestros y escritores, entrega a la literatura nortesantandereana un libro más, el poemario Vestigios de nostalgia.
Los recuerdos de su pueblo, de su niñez y de sus vivencias se vuelven nostalgia y tristeza y ensoñación en este libro, cargado de momentos felices, pero también de soledades; de sueños hechos realidad, pero también de ausencias; de amor y de desgarramientos en el alma. Pero sobre todo, es un libro para vivirlo, para gozarlo, para consentirlo, al estilo de la mujer amada. Al estilo de Serafín Bautista Villamizar.