El Presidente sorprendió al país con un testamento en el que hace el recuento de sus obras y consigna sus preocupaciones para que sean consideradas por el sucesor.
Es el escrito de un estadista, pero, como casi siempre, tiene una intención menor: Está publicada justamente durante la campaña electoral.
Desde el comienzo de su mandato decidió gobernar de una manera insólita, si se compara con su pensamiento político sintetizado en “el buen gobierno”, apoyándose en la más decadente clase política. Y ella lo tuvo cautivo todo el tiempo.
No es fácilmente explicable que, habiendo recibido el apoyo frontal de su antecesor para que ganara las elecciones holgadamente y contara con su respaldo político, decidiera apartarlo desde el comienzo. Hay una sola razón: la vanidad de no querer deberle nada y, en consecuencia, adoptar la estrategia de gobierno que menos se esperaba.
Y, tal vez siguiendo un consejo perverso, quiso utilizar clandestinamente a la justicia para desprestigiar a su precursor y a sus funcionarios con el peligroso intento de mandarlos a la cárcel.
Parece que a eso ayudaron magistrados inescrupulosos que ofrecían un público respaldo de sus altas investiduras al Presidente como nunca había ocurrido en Colombia.
Esto exacerbó el disgusto de muchos colombianos que consideraban inaceptable que el Presidente, por el que habían votado por ser el sucesor de unas políticas exitosas, decidiera cambiar el rumbo del país de una manera tan abrupta.
Ese fue el germen de la polarización de que tanto se queja él, porque abrió la división entre los descontentos con el gobernante y los dichosos de aprovecharse de él.
Mas, su mayor desacierto fue haber hecho de la negociación con las Farc una bandería parcializada, cuando era la mejor ocasión de unir al país para que respaldara esa idea a la que nadie se iba a oponer.
Él, con soberbia, quiso ser el único actor de esa hazaña, y ahondó la división nacional entre amigos y enemigos de la paz.
En su mandato no logró el respaldo ciudadano, y la reelección, que a duras penas consiguió en la segunda vuelta, fue el resultado de las prácticas más desvergonzadas de la politiquería ejercidas por los beneficiarios de su gobierno, dejando serias dudas sobre la legalidad de su campaña.
Durante sus dos períodos no logró deprenderse del encono contra su antecesor, y eso lo llevó a gobernar con el lastre de atacar y defenderse en casi todos sus actos. También quedó atrapado en la larguísima y costosa negociación que las Farc condujeron a su antojo, engañándolo con la promesa inicial de que iba a ser breve y expedita.
Los logros de su gobierno quedan empañados por la sensación de inseguridad que invade a los ciudadanos; por el mediocre desempeño de la economía; por los altos niveles del empleo informal; por el retroceso en la industria, y algunos etcéteras, a pesar del esfuerzo de presentar las cifras oficiales como positivas.
Sus mayores afanes fueron para obtener el reconocimiento internacional por la negociación con la guerrilla, y el Premio Nobel de la Paz obtenido es la culminación de ese esfuerzo que queda como lo más significativo del balance personal de su gestión.
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