
Norte de Santander de manera curiosa menciona en su himno al departamento la frase: “la guerra es nuestro sueño” se repite en cada acto protocolario, se canta casi de forma inconsciente, se canta sin pensar que la palabra tiene poder, qué pensaba el sacerdote Teodoro Gutiérrez Calderón cuando escribió el hermoso del Norte Bravos Hijos, himno del departamento.
Departamento caracterizado por ser ejemplo de cómo su riqueza, termina siendo su condena, abandono, pobreza y violencia de todo tipo, especialmente en los territorios con mayor poder, Catatumbo, una tierra que da todo en términos bioenergéticos, naturales, ambientales y de campesinos laboriosos, los territorios étnicos Barí y Uwa que aportan riqueza cultural y protección ambiental, una larga línea fronteriza que lo tiene todo para aportar en desarrollo y cultura, y ni hablar del páramo de Santurbán, gran fábrica de agua y vida, que por sus atractivos minero energéticos no está lejos de convertirse en un Catatumbo en términos de violencia estructural y presencia de grupos armados ilegales.
Los esfuerzos a favor de la Paz, parecieran desmoronarse, los señores de la guerra, los dueños de las armas se ensañaron en el Catatumbo para liberar su cruel negocio, usaron el poder de la frontera para sus intereses, gobierno tras gobierno desde su omisión estatal facilitaron todo para que fuera así.
Hoy se comprueba que no se trata de derechas o izquierdas, todos obedecen al señor de la guerra, las Paz les queda grande, el negocio de las armas está por encima del dolor de los campesinos que han vuelto a ser revictimizados, muchos, hace 30 años en su niñez huyeron con su padres sin entender tanta violencia, hoy repiten la historia, desplazados también con sus hijos, de manera violenta, historias nunca reparadas, que resistieron el abandono estatal, hasta ser desterrados nuevamente, dejando una enseñanza, la famosa frase de: “quien no conoce la historia está condenada a repetirla”, se debería cambiar por: “a quien no se le repara su historia está condenado a repetirla”.
Niñez, que parecieran ser el rostro de esta guerra, a los que no se les garantizó su principio de protección superior, obligados a pertenecer, siendo reclutados forzadamente, utilizados como escudo. En ningún momento de la historia del conflicto armado se había dado tan desmesurado este flagelo, las cifras de menores desvinculados, así lo indican.
Por otro lado, los docentes, ahora víctimas de desplazamiento forzado, los quieren obligar a retornar sin las garantías expresas en la ruta de retorno para estos casos, no deberían estar preocupados por sus contratos, sino por cómo se suman al diseño y a la ejecución de alternativas para educar en emergencia ante esta situación.
Ni hablar de los firmantes de Paz, de no insistiendo en su protección, todo va en camino de ser un nuevo crimen de odio, resistieron como campesinos, al incumplimiento del acuerdo de Paz, fueron asesinados y muchos desterrados, por el hecho de ser firmantes.
En todo caso una oportunidad muy lamentable, para que la única solución no sea la de llevar fuerza militar al territorio, sino que se aproveche para que toda la fuerza estatal pueda entrar por fin al Catatumbo, y en esa Paz positiva está que los docentes tengan garantías para el retorno, pues son los docentes, parte del combo, que debe ser fortalecido y garantizado para darle seguridad al Catatumbo.
Ha sido esta una oportunidad desafortunada, para demostrar la solidaridad de la ciudadanía cucuteña, una circunstancia para acercar a Cúcuta a su realidad y concebirse como región, saber que existe el Catatumbo, de seres humanos que resisten y sueñan con una región en Paz.
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