Cuentan que Villacaro es el único pueblo de Norte de Santander, que no pudo tomarse la guerrilla. Cuando una treintena de hombres armados hasta los dientes pasó por una vereda del municipio, los finqueros mandaron un peón con la razón secreta al alcalde: “Muchos hombres armados van en dirección al pueblo. No son de la policía ni del ejército. Ojo pelao, porque son muchos. Los de aquí, de esta fracción, estamos listos pa lo que sea. Si quiere los agarramos entre dos fuegos”.
El alcalde, que ya había escuchado algunos rumores en ese sentido, estaba preparado. Dio dos o tres órdenes, las campanas repicaron con el repique acordado, y en un abrir y cerrar de ojos ya había más de veinte jinetes listos pa’lo que fuera. Otros, a pie, bien armados, se fueron emboscando en las entradas del pueblo. Su misión: no permitir que los bandidos se acercaran al casco urbano.
Alguien (no faltan los sapos) les fue con el cuento a los guerrilleros que mejor se regresaran porque todos los habitantes estaban en pie de guerra y en este pueblo no hay cobardes. Parece que a los alzados les dio culillo y se largaron con el rabo entre las piernas antes de que los villacarenses los alcanzaran.
Cierto o falso no lo sé. Pero el cuento es que la gente de Villacaro es de armas tomar. Que los hombres no se bajan el revólver del cinto, y las mujeres, hermosas por cierto, cargan pistola en el seno. Algo me consta: el primer corregidor que conocí en Las Mercedes se llamaba Adonías Ordóñez, de Villacaro, y en la pretina mostraba el treintayocho largo. Por las buenas o por las malas, los borrachitos le obedecían.
Pero no es sólo de esta verraquera villacarense que quiero hablar, sino de su verraquera para el trabajo, para amar a su terruño, para echar p´alante a pesar de las dificultades, para mostrar a su región como una de las más prósperas del departamento.
A nivel individual, Villacaro muestra una cantidad de hijos ilustres, que han sobresalido en el panorama regional y en el nacional, dándole brillo y buen nombre a su pueblo. A riesgo de que se me olviden muchos, menciono a las carreras a algunos que fueron mis compañeros y siguen siendo mis amigos: Daniel Raad, Miguel Andrade Yáñez, Luis Ramón Giraldo, Augusto Cárdenas, Jorge Ortiz, Anselma Yáñez, Álvaro Raad, Wilfrido Flórez, el padre Alfonso Ortiz y Luis Alberto Flórez, entre muchos otros. La memoria es femeninamente infiel. Por eso no me acuerdo de todos.
Precisamente hoy, jueves 20 de junio, un ilustre villacarense de raca mandaca, economista, docente universitario, investigador, escritor e historiador, radicado en Bogotá, hará aquí en Cúcuta, en la Torre del reloj, la presentación de su libro “La historia de la República: una larga guerra entre colombianos”, obra indispensable en la mesita de noche de investigadores, historiadores y lectores en general.
Se trata de José Elías Yáñez Páez, mi compañero en el Seminario de Ocaña, cuando los padres Eudistas regentaban El Dulce Nombre. Leyendo el libro, uno se da cuenta que Elías es un escritor bien formado, ameno, serio y con un excelente manejo del idioma.
Ustedes van a comprobar, cuando empiecen a leer el libro esta noche, que no es cháchara lo que digo, ni es por darle coba a Elías. Ustedes, amigos lectores, no se pueden perder este acto que tendrá música criolla con el maestro del requinto, el villacarense Emilio González Arteaga, ganador de concursos nacionales. Habrá, además, vino, danzas y obsequio de libros. La cita es a las 7 de la noche en el auditorio Cote Lamus, de la Torre del reloj. Allá nos vemos. Vayan dispuestos a rumbear, y al que se duerma lo trasquilamos