No son pocos los colombianos que entronizaron en el ´altar de la patria´ a Álvaro Uribe con la más sentida devoción. Lo ungieron como su patrono supremo dándole la categoría de predestinado y hasta con hálito divino. Por encima de él nadie más. Ese culto lo llevó al envanecimiento por lo cual su talante en el ejercicio del poder durante los ocho años que fungió de presidente de Colombia fue de arrogancia y absolutismo. Ahora con las manos por fuera de las riendas del Gobierno ejerce la política como opositor. Es protagonista de la “resistencia civil” y en ese desempeño todo lo pone en negativo.
Uribe, claro está, es libre de asumir la posición que quiera. Su derecho a disentir no debe tener restricciones, así caiga en las posturas más absurdas. Ya se sabe que su credo es de derecha y que le mortifica el ascenso de las corrientes democráticas de opinión. Sus preferencias son las de un país amarrado al feudalismo donde predominen los privilegios de una minoría excluyente y abusiva como ocurrió en su mandato.
Pero ese liderazgo de Uribe que entusiasmó a tantos cuenta cada vez menos con respaldo popular. Los embelesados de ayer han comenzado a desencantarse, conscientes de que la nación debe tener un rumbo que no sea el de la violencia. Ese tejido de falsos positivos, de espionaje telefónico con la intención de perseguir y estigmatizar a los contrarios, de permisividad a los abusos de poder por parte de los mismos servidores oficiales, de utilización de los recursos públicos para beneficiar una casta de potentados o de exponer a la nación al vaivén de políticas erráticas, arroja para todos un saldo contrario.
A pesar de las presiones contra la posibilidad de que Colombia tenga un desarrollo democrático y en paz, las corrientes de opinión parecen dispuestas a no quedarse en ese atraso. Sin embargo, se requiere crear un movimiento que sume militantes a la causa de un cambio que profundice y consolide soluciones a los crónicos problemas que han predominado en la nación.
Romper tantas situaciones de crisis y hacer realidad el Estado Social de Derecho no es tarea fácil, pero hay que asumirla si se quiere la no repetición de atrocidades y frustraciones.
Tiene que darse una apertura de satisfacciones, de realizaciones que hagan relevante el talento, la capacidad de creación y el conocimiento de los colombianos. Hay que blindarse contra nuevos desencantos y sufrimientos. Por lo cual hay que hacer el mejor aprovechamiento de la etapa histórica que se está abriendo en el país. Una demostración de que puede más la fuerza de la lucidez y del entendimiento que la mezquindad y la tergiversación que han querido imponer quienes quieren prolongar sus fortunas a costa de la pobreza y el marginamiento de la mayoría.
Cabe un ejercicio de reflexión respecto a lo que ha ocurrido y lo que se está dando en el país. Son dos vertientes que deben medirse: la del desencanto frente a manejos que colapsaron y la de la esperanza con lo que se abre paso para dejar atrás la adversidad y construir una nación para todos.
Puntada
¿Cómo decirle no a la paz? ¿En qué cabeza cabe la preferencia de seguir en guerra? Se necesita estar curtido en semejante perversidad para defender esa opción.