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La escoba detrás de la puerta
Cuando alguna visita se estaba demorando más de lo conveniente, o cuando llegaba alguien a la hora del almuerzo con ganas de poner la teja.
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Lunes, 16 de Noviembre de 2020

Lo aprendí de mi mamá. Cuando alguna visita se estaba demorando más de lo conveniente, o cuando llegaba alguien a la hora del almuerzo con ganas de poner la teja,  mi mamá me llamaba con disimulo y me decía a ras de oreja: “Mijo, vaya ponga la escoba patas arriba detrás de una puerta, pero no diga nada. Hágase el zoquete.” Yo, que no necesito mucho para hacerme el zoquete, obedecía el mandato materno y ¡listo!: Al momento la visita empezaba  a sentirse incómoda, le daba picazón en las nalgas y se iba largando, tal vez muy a su pesar. La receta no fallaba: Una escoba detrás de la puerta, pero patas arriba, es decir, el mango p’abajo, y la escobilla, de fique o de yerbas, p’arriba. ¿Brujería? ¿Fe? No lo sé, pero el remedio era infalible.

Las mamás del campo o de origen campesino son o eran sabias. Para todo tenían la solución. Una vez empezó a llegar a la casa un gato negro, a la pata de la media libra de carne que colgaba del garabato de la cocina y, de paso, a hacerle carantoñas a nuestra gata virgen y hermosa. Mi mamá le hizo la cacería y a punta de agua caliente lo desterró de la casa.

Cuando moría alguien de la familia o algún pariente cercano, mi mamá ponía la noche del velorio y durante todo el novenario un vaso con agua limpia, para que el alma del difunto refrescara su sed y se fuera al lugar que en la eternidad le había correspondido. “Para que se vaya y no vuelva a asustarnos”, era la explicación que mi mamá me daba.

Recordé hace poco estos “remedios caseros” que se usan para lograr que alguien indeseable nos abandone y nos deje en paz,    cuando una amiga, seguramente criada en el campo como yo, me llamó para pedirme que desde esta columna iniciara una campaña para que el señor José Augusto  Cadena, abandone el Cúcuta Deportivo y jamás vuelva por acá, que no lo queremos ver ni en pintura.

-¿Y cómo sería esa campaña? –le pregunté.

-Muy fácil: que en cada casa cucuteña paren la escoba detrás de la puerta, y el tipo se nos va. ¡Seguro!

Yo sabía que sí, que era seguro. Un millón doscientas mil escobas puestas patas arriba, detrás de un millón doscientas mil puertas de un millón doscientos mil hogares cucuteños, hinchas como somos todos del Cúcuta Deportivo, necesariamente hubiera dado sus frutos, de manera silenciosa pero efectiva.

Porque si hay algo que une a todos los cucuteños (nacidos y por adopción) es la fiebre rojinegra, la pasión por el Doblemente Glorioso, el amor por la camiseta. Nadie hubiera dicho que no, ninguna esposa se hubiera negado, a pesar de que algunas de ellas agarran a escobazos al marido cuando regresa del General Santander, cada quince días, tatareto de guarapo. 

Cuando en días pasados se supo que nuestro Cúcuta Deportivo no podría jugar esta temporada en casa, vi a dos hinchas, abrazados, tomando aguardiente a pico, de la misma botella. Los reconocí de lejos: Uno, contratista y defensor del alcalde Yáñez, y el otro, un sectario opositor, de los que lo quieren sacar a gorretazos  porque no le dieron contratos. Y me decía una sicóloga que logró arreglar un matrimonio, hablándoles del Cúcuta Deportivo, del que ambos eran hinchas.   

Porque el Cúcuta da para todo. Hasta para salvar alcaldes y salvar matrimonios, ambos a punto de naufragio.    Afortunadamente no hubo que acudir al valor espiritista de las escobas, para sacar al tal Cadena. 

gusgomar@hotmail.com

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