
El manejo de Colombia, desde la formación de la república en el siglo XIX, tras el triunfo contra la dominación colonialista de España, ha sido hegemónico. Los partidos Liberal y Conservador tuvieron el manejo absoluto del poder y ese bipartidismo de tanto tiempo no representó un desarrollo que le aportara a la nación las suficientes fortalezas económicas, políticas, sociales y culturales. Y como prueba de ello están tantos problemas acumulados, la desigualdad predominante y las incertidumbres generalizadas. Además, el sectarismo como expresión de las rebatiñas por el poder generó una violencia con alto índice de criminalidad.
Los dos partidos que han gobernado no tuvieron la capacidad para la construcción de un Estado que garantizara el bienestar de la sociedad en general. El Liberalismo intentó hacerlo pero no pudo llevar ese ideal hasta la plenitud por la oposición de intereses clasistas.
La transición del Frente Nacional fue apenas un paliativo para la violencia bipartidista, pero no marcó el cambio que exigía el país ante el resquebrajamiento que lo afectaba. Por entre esas condiciones negativas emergió la guerrilla y atizó el conflicto armado que se ha extendido y con diferentes vertientes, incluido un paramilitarismo aliado con el narcotráfico.
Mientras los problemas se agudizan el ejercicio político entra en crisis por el debilitamiento de los partidos, a pesar del surgimiento de muchos más, los cuales no ofrecen contenidos programáticos para atender las demandas del pueblo colombiano. El mismo Partido Liberal parece haber renunciado a sus programas democráticos tendientes a mejorar las condiciones de vida de los sectores desvalidos de la nación. Esa dinámica de cambio que lo caracterizaba fue tirada por la borda. Sus propios congresistas se confabulan contra los intereses populares. No toman en cuenta que son elegidos con los votos de los ciudadanos que esperan del poder legislativo decisiones para soluciones de los problemas recurrentes.
Es evidente que los partidos políticos están en crisis por su divorcio con los sectores mayoritarios de la nación. Son opositores de cualquier cambio. Por lo demás, no toman en cuenta con seriedad la gravedad de la violencia, o de la corrupción, o de las precarias condiciones en que viven los campesinos, desplazados de sus tierras y sometidos al abuso feudal.
Los treinta y más partidos políticos constituidos en Colombia no es que sean una expresión de democracia. Muchos están en contravía de la misma. Para ellos no cuenta la realidad cotidiana de la nación.
Esa crisis de los partidos afecta en mucho el funcionamiento del país. Le resta espacios a la democracia y deteriora la visión sobre la realidad.
Se requiere que esas fuerzas de opinión ofrezcan programas y se sepa cuáles son propuestas ante los asuntos que cuentan en la vida nacional.
La democracia debe contar con la dinámica de colectividades que tengan una representación reconocida de las bases activas, cuya participación en las decisiones públicas debe ser deliberante y consciente. Es una tarea a la cual se tiene que contribuir con miras a resultados positivos.
Puntada
El Papa Francisco le dejó a su iglesia un aporte progresista de alcance universal. Su insistencia en la paz, en la defensa de los migrantes, en el cuestionamiento de la desigualdad y la pobreza y en la vida sin derroche propio del consumismo extravagante es una orientación correcta.
ciceronflorezm@gmail.com
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