El mundo se ha detenido. Y las sociedades y los individuos nos hemos aislado colocando en tela de juicio la globalización y planteando una oportunidad de oro para repensar los modelos económicos y las formas de organización territorial y política. El colapso impuesto por el aislamiento y la cuarentena obligan a debatir los paradigmas: la democracia o la autarquía, la soberanía y la movilidad de las personas y circulación de bienes y mercancías. La mayoría de instituciones han sido lentas en su reacción y la política se desmorona con actos inocuos y a destiempo.
Lo que hoy parece un escenario apocalíptico, es similar a los tiempos de finales de la Segunda Guerra Mundial que sentó las bases para la creación de organismos multilaterales como la Organización de Naciones Unidas –ONU-; y la misma Unión Europea –UE- que en su momento trazaron directrices para el orden económico, político y social útiles en la resolución de conflictos. Programas trazados como Hábitat III y la Nueva Agenda Urbana de UNHabitat resalta la importancia de las ciudades y las metrópolis como núcleos y epicentros de nuevos modelos de desarrollo basados más en la sostenibilidad y su significado social
La pandemia COVID-19 cerró tras de sí una época y más que un apocalipsis debe ser el Génesis donde los ciudadanos más que nunca somos los llamados a asumir el protagonismo. Es difícil pensar que habrá un retorno a las “condiciones normales” del sistema económico que evidenció su colapso. Insistir en no replantearlo contradice nuestros principios de desarrollo humano. Lo que desde mediados del siglo XIX hasta principios del XX trazó las bases para la planificación urbana de la mano de los procesos de industrialización fue el Higienismo o la urgente preocupación por dar una respuesta adecuada a los temas de salud pública. Retomar estas preocupaciones apoyados en la Agenda Urbana y sus Objetivos de Desarrollo Sostenible mas específicamente desde los ámbitos locales es lo que permitirá un cambio mas equitativo y sostenible.
Esta emergencia sanitaria nos ha demostrado que las acciones municipales y metropolitanas no pueden supeditarse al nivel central. Los mejores ejemplos de medidas a tomar no han sido tomadas precisamente desde el gobierno nacional. Los gobiernos departamentales, metropolitanos y municipales comienzan y han demostrado su responsabilidad ineludible cuando se trata de proteger colectivamente a la ciudadanía. Si bien nuestras ciudades son imperfectas, frágiles e incompletas, debemos seguir apostándole a que las soluciones se plantean desde la escala urbana.
Leon Battista Alberti, arquitecto del Renacimiento planteaba en su celebre texto De re aedificatoria (1452), que la ciudad es una casa grande y que la casa una ciudad pequeña subrayando la correspondencia entre el todo y sus partes donde ambas debían ofrecer las diferentes escalas para las relaciones privadas, comunitarias y públicas. Hoy la ciudad ya no es nuestra casa, su crecimiento desaforado nos consume y la casa deviene en un espacio donde cada uno desarrolla su vida individual lejos de las relaciones de vecindad o de familia. Si bien llegamos al grado de confinarnos, no se cuestiona la necesidad de proximidad que requieren las ciudades. Al fin y al cabo lo que mas preocupa del COVID-19 no es tanto su mortalidad per se sino que su propagación colapsa los servicios asistenciales básicos y pone en el centro de discusión la necesidad absoluta y urgente de una descentralización hacia las ciudades donde mas que un desarrollo económico se requiere un desarrollo a escala humana y eso solo es posible mediante inversiones en salud, educación, cultura y recreación que hagan de estos territorios ciudades complejas y multifuncionales. Antes muerta que sencilla es una frase que sirve para recrear que las ciudades han de ser policentralidades y multifuncionales de acuerdo a las necesidades humanas para que el mundo que por fin emerja de estas incertidumbres sea mas justo, seguro y sostenible.
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