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La calle habla
El país está transitando una ruta que, en caso de mantenerse, nos puede llevar a un precipicio.
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Miércoles, 4 de Agosto de 2021

Amables lectores: La viabilidad del país depende de la capacidad que se tenga para hacer ajustes profundos en el mercado laboral, en el diseño de la política fiscal y en la distribución de las responsabilidades fiscales. Es evidente la necesidad de estas transformaciones, pero no está claro que estemos recorriendo el camino correcto para alcanzarlas. El país está transitando una ruta que, en caso de mantenerse, nos puede llevar a un precipicio.

Lo primero que se observa es la forma como se tramitan los cambios en las políticas públicas. En las últimas semanas, afirma el columnista Mauricio Reina: “La calle ha hablado” y ha logrado cosas como el retiro de la reforma tributaria, la salida del ministro de hacienda y el hundimiento de la reforma a la salud. Añade el columnista: “si en adelante la calle sigue determinando las grandes decisiones entonces las medidas de fuerza reemplazarán la discusión conceptual y democrática en la definición de políticas públicas”.

En segundo término, es conveniente analizar la manera como se atienden las necesidades sociales. Se conoce la necesidad de avanzar rápidamente en la generación de empleo y en la reducción de la pobreza, pero debe hacerse de una forma sostenible, buscando una mayor competitividad de la economía. Presionados por la calle, no se puede limitar a buscar unos recursos para dar apoyos sociales que pueden convertir a Colombia en un estado corporativista donde la gobernabilidad se compra a punta de prebendas.

La demagogia ha desplazado a la tecnocracia. Hoy nadie critica las deficiencias técnicas que pueda tener el nuevo proyecto de reforma tributaria por una simple razón: “parece ser la única reforma políticamente viable”. Cuidado que por afanes caigamos a una ruta sin retorno convirtiéndonos en un país corporativista donde todos piden ayudas y subsidios, pero se aportan pocas ideas productivas, porque no hay debates técnicos y quien ordena es la calle.

En esta ola populista que arrasa al país nadie está exento. Hay populismo en los actores tradicionales de la protesta, como el sindicalismo y la juventud. Estos grupos llevan años pidiendo lo imposible con el pleno conocimiento que no tienen que gobernar. Es muy fácil hacer populismo cuando no se asumen responsabilidades efectivas con el pueblo. Hay populismo en la mayoría de los medios que compiten con las redes en el amarillismo y su superficialidad. Son simples cajas de resonancia de cualquier propuesta por absurda y falsa que sea, pero que ocupe los primeros puestos en los celulares y en la calle. Todos los partidos políticos buscan acomodarse en la fiesta populista. Todos quieren, pensando en el periodo electoral, congraciarse con el ambiente actual de irresponsabilidad sin analizar las futuras consecuencias de las propuestas.

Afirma Miguel Gómez Martínez que la historia ha demostrado que el populismo actúa como una droga que produce alegría inicial y destruye el futuro. El populismo es siempre el resultado de una crisis de liderazgo y cuando la mediocridad se adueña de la clase política, aparecen por montones los profetas del bienestar, sin sacrificio, con discursos llenos de lugares comunes y con ideas simplistas. Los populistas se hacen los sordos frente a los argumentos que les advierten sobre la insostenibilidad de sus propuestas. Conocen el peligro, pero les obsesiona la conquista del poder. El pueblo sabe que lo engañan, pero cree absurdamente en la mentira y es el más castigado por la quiebra del modelo.

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