Recuerdo que en mi casa, de niño, podía no haber ropa para estrenar el 1 de enero y hasta podía no haber cena de la media noche, al empezar el año, pero lo que no podía faltar, en la pared del corredor principal, es decir, el único, era el almanaque de La Cabaña. Y no era sólo en mi casa. En todas las casas de Las Mercedes, clavado en la pared, con puntillas o pegado con almidón de yuca, desde los primeros días de enero aparecía orgulloso el bendito calendario, que señalaba, día a día, todos los días del año, el santo o los santos de cada fecha. Mostraba, además, las fases de la luna (llena, nueva, menguante, creciente) y los días buenos para la siembra, la caza y la pesca.
Digo que no era sólo en mi casa, llena de pobreza y de necesidades. Los comerciantes también lucían La Cabaña, como motivo de orgullo y de modernismo, y los peseros y la telegrafista y el asentista y el hombre del correo (don Rito, bueno para garlar y tirar pata). En la casa cural, el párroco ofrecía el servicio gratuito de aquel calendario para los papás despistados que llegaban a bautizar a sus hijos sin haberles escogido el nombre.
Mi abuelo Cleto Ardila no sabía leer, pero en su sala, en la pared al frente de la hamaca, a un lado de la tabla de los santos, año tras año se iban acumulando, uno encima del otro, los almanaques de la Cabaña, que al viejo le servían para ir llevando con rayitas las cuentas de los viajes de café que llevaba a Sardinata.
La maestra de la escuela, la modista del pueblo y doña Antonia, la que vendía guarapo, se llenaban de orgullo mostrando su última adquisición editorial, el Almanaque de La Cabaña.
En aquellos tiempos en Las Mercedes no había biblias, pero estaba La Cabaña, que hablaba de santos y santas. No había Ideam, pero estaban las predicciones de La Cabaña, que no fallaban. No había ICA, pero La Cabaña enseñaba todo lo relativo al campo. Las Mercedes nunca fue un pueblo de pescadores, pero los lectores de La Cabaña sabían cuándo ir a la quebrada a sacar panches y golosas. Las muchachas se mandaban a cortar el pelo solamente en las fechas que aconsejaba el almanaque pues, de lo contrario, el pelo se entecaba y no crecía abundante y saludable.
Yo vivo agradecido con el Almanaque de La Cabaña y sus editores, primero, porque me sirvió para mis primeras lecturas, y segundo, porque mi tío, Santos Ardila, tendero de profesión, llevaba de Cúcuta varias docenas de almanaques y era yo el vendedor autorizado para distribuir, casa a casa, La Cabaña, con lo cual me ganaba algunos centavos para los pocicles y la chicha del domingo.
Desconozco el motivo por el cual mis papás no me pusieron el nombre que me correspondía según la fecha de mi nacimiento. Santa Cecilia, patrona de los músicos, señalaba el almanaque en mi fecha, 22 de noviembre. Y es que la suerte siempre ha estado conmigo. Así, me libré de haberme llamado Cecilio Gómez Ardila.