Aunque la cultura latinoamericana contiene rasgos que la diferencian de la occidental - incluyendo aquí el “melting pot” de EE.UU.-, lo proveniente de “occidente” ha tenido sensible influencia en nuestra manera de ser y estar en el mundo. Es más, la globalización que se aceleró desde la segunda mitad del siglo XX ha hecho que los movimientos sociales contemporáneos, entre los que sobresale el “feminismo”, incidan, de una manera cada vez más pronta, en nuestra cultura.
Lo cierto es que el nombramiento de Amy Coney Barret en la Corte Suprema de EE. UU. para ocupar la vacante que dejó Ruth Bader Ginsburg, se constituye en un hito para el feminismo. Así lo considera Erika Bachiochi - investigadora del “Ethics and Public Policy Center”- en el magazín “Político”, al sostener que la confirmación de Barret “debería servir como catalizador para repensar el movimiento social más poderoso del último medio siglo: el feminismo”. En opinión de esta analista, el reemplazo de la fallecida Ginsburg por Barrett simboliza el cambio que está experimentando el movimiento feminista.
Bachiochi coincide en los elogios a Ginsburg por haber cuestionado el inveterado reparto de roles que asignaba a las mujeres el papel de cuidadoras, y a los hombres, el de proveedores. Sus victorias en la lucha contra la discriminación “abrieron una nueva era en la que tanto hombres como mujeres pueden participar de manera respetable y responsable en ambas vías de realización, según sus talentos y circunstancias personales”. Pero Ginsburg también consideró el “derecho al aborto” como parte esencial de la causa por la igualdad. Y en esto se equivocó, objeta Bachiochi. Lejos de haber hecho a las mujeres más iguales que los hombres, el aborto ha liberado a estos de las responsabilidades compartidas que conllevan las relaciones sexuales.
En cambio, “Barrett encarna un nuevo tipo de feminismo: uno que construye sobre el loable trabajo de Ginsburg contra la discriminación, pero que va más allá. Este feminismo no solo insiste en la igualdad de derechos de hombres y mujeres, sino también en sus responsabilidades comunes, en particular en la vida familiar. En este nuevo feminismo, la igualdad sexual no consiste en imitar la capacidad de los hombres de alejarse de un embarazo imprevisto, a través del aborto”, sino en exigir a los hombres que asuman en serio las consecuencias de sus acciones.
Y es que Barrett tiene toda la autoridad social para ser una de las líderes del auténtico feminismo: casada y madre de siete hijos –dos de ellos adoptados y uno con cierta discapacidad–, rompe esquemas a quienes asumen que tener una familia numerosa impide a una mujer su realización profesional. ¿Cómo lo ha logrado? A sus cualidades hay que sumar la generosidad de una tía de su esposo que les ayudó a cuidar los niños; la flexibilidad de que gozó en sus distintos lugares de trabajo; y el compromiso de ella y su marido, también abogado, de repartirse el cuidado de los hijos del modo en que les convenía en cada etapa de su vida.