Se realizaron las marchas convocadas en todo el país el 21 de Noviembre, por las insatisfacciones que diversos sectores de la sociedad colombiana tienen con las políticas del Gobierno. Hay que resaltar el carácter festivo y alegre de las movilizaciones y adicionalmente esa novedosa y pacífica forma de protesta social, el carácter autónomo del cacerolazo -ningún liderazgo se puede atribuir esas expresiones espontáneas del descontento- en varias ciudades del país, que expresan las inconformidades en los barrios, en los conjuntos residenciales. Son síntomas de cambio, en la forma y en el fondo, muy interesantes pero qué hay que saber interpretar.
Es importante señalar que si bien hubo una convocatoria formal por el Comité Nacional de Paro y otros grupos ciudadanos, es necesario destacar que un buen porcentaje de los que salieron a marchar o se expresaron en diferentes formas, lo hicieron de manera autónoma, por sus molestias con la actuación del Gobierno, porque no comparten que a los Ministros -y esto hay que decirlo, no es solo en el actual Gobierno, también lo han sido los del pasado-, les preocupa más cumplirles a los organismos financieros internacionales y a las llamadas calificadoras de riesgo, que a las demandas y problemas de los ciudadanos. Pero además sienten que no hay transparencia en las iniciativas de Gobierno, que en el fondo quieren imponer el modelo hoy plenamente fracasado como en el caso del sistema de pensiones en Chile, pero no lo dicen abiertamente, que quieren reformas laborales para mejorar las ganancias de grandes empresarios, pero sin importar los costos para la población trabajadora. Todas esas inconsistencias, además de las “peleas de comadres” al interior del equipo del ejecutivo, dejan profunda dudas sobre la seriedad de quienes están gobernando.
Lo cierto es que estas convocatorias a la protesta terminan siendo una especie de válvula de escape de inconformidades sociales acumuladas -de sectores sociales muy diversos con orientaciones políticas disímiles- y con gran frecuencia se desbordan no sólo en términos temporales, sino en los alcances de la misma -para algunos es la ilusión de ‘tumbar el gobierno’ o volver realidad sus fantasías-, pero adicionalmente no terminan respondiendo a ninguna dinámica organizativa -ningún partido político ni liderazgo individual puede atribuirse exclusivamente su capacidad de convocatoria- por lo cual algunos consideran que son prácticas cuasi-anárquicas.
Ahora bien, lo que sí parece altamente probable es que si no hay una lectura adecuada de parte del Gobierno, una escucha de las solicitudes -que no se pueden agotar en los Talleres que realiza el Presidente con asistentes filtrados y seleccionados- y una respuesta en términos de políticas asertivas, el riesgo de que las protestas sociales se repitan a relativo corto plazo y quizá con mayores intensidades, es altísimo y ello puede conllevar situaciones de inestabilidad e ingobernabilidad para el Gobierno. En ello, adicionalmente incide el ‘efecto demostración’ de lo que viene sucediendo en varios países de la región, con gobiernos a la defensiva y movilizaciones sociales en alza.
Por supuesto se presentaron actos de vandalismo en varias ciudades que no solo deben ser condenados y rechazados, sino que llevan a muchos ciudadanos a perder confianza en la protesta ciudadana y justificaron medidas excepcionales del Gobierno.
Es probable que hayamos entrado en una fase convulsa de protestas sociales y la dinámica de las mismas dependerá exclusivamente de la capacidad del Gobierno de escuchar y atender la diversidad social.