¡Finjan sorpresa, queridos lectores! Gustavo Petro, quien negó su simpatía por Chávez y Maduro durante la campaña política para quitarse el estigma del castrochavismo y ganar las elecciones, ahora se ha quitado la máscara y ha salido del clóset, reafirmando que, para la izquierda radical extrema, la garantía de los derechos solo aplica cuando les conviene o cuando se requiere para defender su ideología, una doctrina que solo ha traído miseria a los pueblos.
El apoyo que ha dado a Venezuela no dista de la abstención que también hicieron en la votación de la OEA cuando se llamó a condenar la violación de derechos en Nicaragua. Su silencio absoluto sobre el genocidio que Rusia ha cometido en Ucrania es igualmente revelador.
Petro ha mostrado que está siguiendo los pasos de Chávez y Maduro, alineándose con países como Rusia y China, especialmente con la incertidumbre sobre quién será el próximo presidente de EE.UU., donde las apuestas están a favor de Trump, así nos parezca nefasto, al cual no podrá manipular a su antojo como lo ha hecho con el débil y complaciente Biden. El presidente de EE.UU. se dejó ver la cara de idiota no solo por Petro sino también por Maduro, entregando a Alex Saab al régimen, la única garantía que se tenía para una salida negociada. Todos sabemos que eso no es lo justo, pero al menos lograría la libertad para los venezolanos.
Maduro tiene claro que su alineación con Rusia y China le da tranquilidad y le permite seguir burlándose de los venezolanos y del mundo entero.
Entendemos que Colombia debe manejar con prudencia sus relaciones con Venezuela, pero hay una diferencia crucial entre actuar diplomáticamente y pasar por alto una flagrante violación de derechos humanos. Los asesinatos, secuestros, desapariciones y la detención de más de mil personas en cárceles militares revelan la brutalidad de Maduro. Este poder ha recurrido a métodos totalitarios, como la creación de cárceles para “reeducar” a los opositores, evocando prácticas represivas del estalinismo.
Pasaron cuatro días para que Petro, Lula Da Silva y AMLO emitieran un comunicado que más parecía una felicitación que una verdadera condena de la situación. Resulta inaceptable que hayan boicoteado de manera evidente la sesión de la OEA y se hayan abstenido de votar la solicitud de las actas, las cuales, después de tantos días, están claramente manipuladas. Aún más grave es que sostengan que las autoridades venezolanas tienen la última palabra, como si no estuvieran también controladas por el régimen.
Es igualmente preocupante que se pida cautela y contención a los manifestantes sin exigir nada al gobierno, ni que respete la protesta social. Es insólito que Petro no defienda el mismo derecho para los venezolanos que él ha reclamado en otras ocasiones.
Hablar de diálogo en estas circunstancias es una burla para quienes creemos en la verdadera democracia. La oposición ha actuado dentro de los márgenes democráticos, mientras que el gobierno ha perpetrado el fraude más descarado de nuestra historia.
Equiparar a la oposición con el gobierno es profundamente erróneo. La única salida posible es que el narcodictador abandone el Palacio de Miraflores y se respete la voluntad popular, ese concepto que tanto utiliza Gustavo Petro cuando le conviene.
En esta historia, hay dos bandos claramente definidos: los que actúan en democracia y los bandidos. Equipararlos no solo es tomar una posición, sino elegir la parte equivocada y cruel de la historia. Es esencial que se reconozca la diferencia y se apoye a quienes verdaderamente defienden la democracia.
No podemos permitir, como comunidad internacional, que un gobierno ilegítimo siga imponiendo su voluntad a través del fraude y la violencia. Es momento de actuar con firmeza y exigir que se respete la voluntad del pueblo y que una vez por todas sean liberados de ese régimen de terror.
Advertidos estamos. Ahora entendemos por qué Petro está obsesionado con dominar la organización electoral y la Registraduría. Con ese control, encuestas manipuladas y su base del 30%, podría perpetuar su gobierno. El mal ejemplo se propaga.
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