Más de treinta años luchando contra las mafias y contra el estigma de ser un país de narcos, tanto esfuerzo, muerte y sangre desperdiciados, desechados como bazofia, en un discurso arrogante y plagado de falacias.
Empieza por una defensa de la coca como una mata “amazónica" que absorbe CO2. Todas las matas absorben CO2. Y en realidad es de las estribaciones andinas, no de la selva amazónica.
Por un lado, olvida que es la siembra de coca con propósitos comerciales la que ha impulsado la deforestación de centenares de miles de hectáreas de bosques y selvas, que los productores de coca están invadiendo los parques nacionales y que son los insumos que se usan para la producción de cocaína los que envenenan los ríos. Solo en Putumayo y Caquetá había 22.045 h de coca según el último informe del SIMCI.
Por el otro, Petro asume que es el uso del glifosato contra la coca lo que amenaza la Amazonía y el medio ambiente. Pues bien, el año pasado en Colombia se importaron 13 millones de litros de ese herbicida y de ellos solo 480 mil, el 3,7%, se usaron contra la coca. Todo lo demás se usa en cultivos lícitos.
Alguien dirá que la IARC clasificó el glifosato en la lista 2A, como “probablemente cancerígeno para los seres humanos”, y que por esa razón, en virtud del “principio de precaución”, había que prohibir, como hizo la Corte Constitucional en una sentencia vergonzosa, la aspersión aérea del glifosato contra la coca. Pues bien, en ese misma lista están las frituras, las carnes rojas, el mate y, miren ustedes, el café. Nada más para agregar, diría yo, en relación con el hipócrita discurso contra el glifosato.
Claro que hay que proteger el medioambiente y la Amazonía en particular. El punto es que lo que mata la selva es la coca y la producción de cocaína, no su combate.
Dijo Petro que los campesinos no tienen más que coca para cultivar. Falso. Nuestros agricultores empezaron con la coca a principios de los noventa cuando los narcos promovieron su cultivo. Y ahora, no hay que olvidarlo, menos del 3% de los once millones de habitantes de las zonas rurales se dedican a la coca.
Petro evade las centenares de miles de muertes que ha traído la cocaína por la violencia asociada a su producción, en las áreas rurales, y al mercado de consumidores, en las ciudades. Lo peor de la cocaína son el terrorismo y la violencia política que se alimenta de sus recursos.
Finalmente, Petro se suma a quienes sostienen que la lucha contra el narcotráfico fracasó y que lo que debe hacerse es legalizar la cocaína. La hipótesis parte de una premisa y de unos hechos falsos. Es como concluir que porque se siguen cometiendo homicidios o hurtos hay que legalizar el asesinato y el robo.
Tampoco es verdad que la lucha contra la cocaína se estuviera perdiendo. El primer reporte de Simci, del 2001, mostraba 137.000 h en Colombia. Para el 2013 teníamos solo 48.000 h de coca y se producían 290 ton de cocaína. La curva de descenso se frenó en el 2014, año de la firma del componente de narcotráfico con las Farc. Desde entonces los narcocultivos y la producción de cocaína se dispararon. Hoy tenemos tres veces más narcocultivos y se producen 4,5 veces más cocaína. Lo que ha fracasado no es la guerra contra las drogas en general. Es el “histórico nuevo enfoque” lo que ha resultado un desastre.
El discurso de Petro lo ratifica: vamos camino a la narcocracia.