Es el peor mes del año, sin duda alguna. Después de las hayacas, el pavo relleno y otras viandas de diciembre, enero nos llega con los manteles escuálidos y las ollas vacías, producto del derroche de fin de año, por un lado, y por otro, debido a las dietas que muchos comienzan este mes, aunque de él no pasan.
Enero es un mes en el que hay que pagar muchas de las culebras que quedaron de diciembre, y entonces toca mermarle a ciertos gastos, a ciertas compras y a algunos mercados. Volver a la yuca, el plátano y el huevo es la consigna.
La changua y la aguamiel vuelven a la mesa después del paréntesis decembrino en el que abundaron platos exóticos y exquisitas sopas.
Insípido resulta este mes con la cebolla y el tomate de siempre, sin los ingredientes y salsas propios de la temporada navideña.
Insípido y sin ningún picante aparece este primer mes del año, cargado de guayabos, de arrepentimientos y de propósitos de enmienda, casi siempre frustrados.
La natilla, los buñuelos y el pan navideño ya quedan en el pollero de los recuerdos hasta que llegue otro diciembre a poner sobre el tapete las tradiciones, las comilonas y las cenas propias de fin de año. Mes insípido, éste en el que estamos.
Enero, además, es un mes aburrido, después de las novenas bailables, de las misas a las cinco de la mañana, de la hechura de pesebres, de las expectativas de los regalos que yacen debajo del árbol.
Aburrido enero, sin las fiestas decembrinas a todo taco, fiestas que comienzan con los grados de los bachilleres y terminan con la llegada de los reyes magos. A partir del 6 de enero, el mes se torna aburrido.
Aburrido enero, sin las luces de colores en parques y avenidas porque el presidente Santos ordenó “No más luz”, por aquello del Niño (el otro, el malo, el de las sequías).
Y como si fuera poco, enero es estresante. Al estrés de las deudas que quedaron del año pasado, hay que agregarle el estrés de los colegios para los hijos, con libros carísimos, uniformes costosos y cuotas voluntarias de carácter obligatorio.
En enero todo sube. El mercado se encuentra por las nubes y a las nubes es muy difícil subir. Y la subienda estresa a cualquiera.
Suben los impuestos, sube el Iva, suben los servicios. Ya lo anunció el Gobierno, porque las arcas oficiales quedaron vacías. Vacías después de tanta mermelada repartida. Y la gente se estresa.
Todo subió, menos el salario mínimo, que parece ir en contravía del costo de vida. Por eso también la gente se estresa y maldice y reniega. Los picos y abrazos de diciembre, en enero se vuelven madrazos reiterativos.
De ñapa, los calendarios dicen que este año será bisiesto, y las brujas añaden que será, por tanto, un año aciago, año de tragedias, año negro.
Pero como no hay mal que dure cien años, el consuelo que nos queda es que ya van siete días del nuevo año. Es decir, que sólo faltan 23 días para que se acabe este mes jarto, aburrido y estresante. Y sólo faltan 259 días para que se acabe este año bisiesto.
Dentro de once meses y medio estaremos de nuevo enfiestados, cantando el Burrito sabanero y con ganas de meterle candela al año viejo, cuya imagen seguramente ya no será Maduro, porque a esa hora Nicolás andará con su camioncito esperando que abran la frontera para venir a su tierra a darnos el feliz año.