No sé por qué la gente le tiene miedo al apagón con que Santos nos amenazó: “Si no apagan los bombillos por las buenas, se los apago yo por las malas”. Y anunció premios y castigos para los que se porten bien y los que se porten mal respectivamente, en materia de luz.
Me acordé de la señorita Luisa, la maestra de la escuela, que premiaba con una pipa (un dulce) a los que barrían el salón, y los que no lo barrían, perdían educación física. A los que vivían comiendo dulces les decíamos lambones y si nos acusaban les decíamos sapos.
Digo que no sé por qué la gente le tiene miedo a quedarse sin luz. Debe ser porque no vivieron la época que vivimos los que nos criamos en el campo sin luz a ninguna hora. Cuando les cuento esto a mis hijos, no me lo creen. No se imaginan ellos cómo pudimos vivir sin televisión y sin ventiladores y sin internet.
Alguna vez, por allá en la década del cincuenta, se corrió la bola de que iba a haber un apagón en el universo. Dios mandó a decir con sus representantes en la tierra, los curas, que por tanta pecaminosidad y tan poco arrepentimiento, iba a castigar a todo el mundo, no con agua como en el diluvio, ni con fuego como a Sodoma y Gomorra, sino apagando las turbinas del sol, la luna y las estrellas.
Todo el mundo quedaría a oscuras durante tres días y en medio de esa oscuridad ocurrirían las más grandes catástrofes. De modo que empezaron los preparativos para lo que vendría.
A mi abuela, Lucía Esparza, mujer de Cleto Ardila, le fue muy bien en esa época con la venta de aceite de tártago que ella misma preparaba, para las lamparitas. Y a Serafín Bonilla, el sacristán, le fue mejor vendiendo cirios benditos.
Al final no pasó nada. Tal vez El de arriba se apiadó de los de abajo y nos perdonó la amenaza. O hicieron efecto las oraciones de las Adoradoras del Santísimo, entre ellas mi mamá, que rezaban por los pecadores que nunca iban a misa.
Pero volvamos al comienzo: la gente no debería temerle al apagón de que habla el presidente por varias razones:
Si el apagón es de día, no pasa nada pues la luz del sol nos ilumina suficientemente. Si es de noche, los enamorados salen ganando. ¿Acaso las discotecas entre más oscuras no se llenan más? Eso dicen.
Sin energía eléctrica los semáforos no funcionan. ¿Y qué? ¿Acaso ya no estamos enseñados a vivir en una ciudad con los semáforos dañados?
Sin energía descansaríamos de los almacenes que ponen sus estruendosos equipos de sonido hacia la calle, sin que nadie les diga nada.
Sin luz se aumentaría la venta de velas, veladoras y veloncitos, o sea se reactivaría la economía, como dicen los entendidos.
Sin energía, las lavadoras no funcionarían y entonces volveríamos a ver a los señoras con sus atados de ropa en la cabeza, rumbo al río, en coloridos y alegres desfiles como no se veían desde hace muchos años cuando las mujeres lavaban la ropa en el río.
Sin energía no podríamos ver televisión y entonces nos salvaríamos de estar viendo las declaraciones de Timochenko y de De la calle, y las encuestas sobre la popularidad de Santos que va, como decía mi abuelo, loma abajo y ningún barranco la ataja.
Otra ventaja del apagón es que en la oscuridad todas las mujeres son bonitas porque ya lo dice el refrán: A la luz de la vela no hay mujer fea. Es algo así como aquello de que De noche los gatos son pardos.
Los abuelos, que eran expertos en sabiduría popular enseñaban que Ojos que no ven, corazón que no siente. De modo que con el apagón los colombianos no veremos tanta porquería que hay por ahí y por lo tanto, el corazón sufrirá menos.
Así, pues, no le tengamos miedo al apagón. De esa manera no hay que apagar nada para irnos.