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El tren, el tren...
Era una aventura mágica que despertaba ilusiones en los pequeños y los ponía a soñar para cuando fueran grandes.
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Lunes, 5 de Octubre de 2015

Con ese grito de júbilo, los muchachos de aquellos tiempos recibían, alborozados, al tren que llegaba desde Puerto Santander, donde se conectaba con el ferrocarril de Venezuela.

Los muchachos corrían detrás de los vagones, que iban reduciendo velocidad a medida que se acercaban a la estación de El Salado, la última, antes de llegar a la estación Central, en Cúcuta, ubicada donde años después levantarían la Terminal  de Transportes.

A escondidas del vigilante, y contraviniendo las órdenes de los papás, los niños ya volantones, de aquellos contornos, se trepaban al tren aún en movimiento. 

Era una aventura mágica que despertaba ilusiones en los pequeños y los ponía a soñar para cuando fueran grandes.

El sol de la tarde también hacía cabriolas, como los muchachos, en los vagones bamboleantes, cuyos  pasajeros adormilados regresaban de sus trabajos del campo y aprovechaban el único medio de transporte que había en esa época. Por la mañana habían hecho el trayecto de ida y ahora regresaban.

Pero había otros pasajeros. 

Los que venían de Maracaibo, por lo general comerciantes, que traían sus mercancías europeas, llegadas en barco desde el otro lado del mar. En territorio venezolano viajaban en el tren de esa nacionalidad, y, desde Puerto Santander, el tren era colombiano. 

Los dos ferrocarriles se integraban y trabajaban armonizados.

Antes de la estación, en la última vuelta del camino de rieles, el tren dejaba escuchar su pitazo monótono y triste que se regaba por todo el valle, anunciando su llegada. 

Era la señal que los muchachos esperaban para estar listos a treparse y hacer en el tren el recorrido entre las dos estaciones, la de El Salado y la de Cúcuta, sin importarles que debían volver a pie hasta sus hogares.

Estar en Cúcuta era tener la posibilidad de otra aventura: la de recorrer la ciudad en el tranvía, es decir, el tren urbano. 

Desde la Estación Central hasta San Rafael, el tranvía recorría las calles y hacía las paradas de rigor en las estaciones intermedias: Rosetal, La Aduana, Puente Espuma…

Fue toda una época de esplendor, de verraquera, de empuje de cucuteños que se sobrepusieron a la desgracia del Terremoto y cuyos nombres no han sido lo suficientemente recordados en nuestros tiempos.

Por eso, y para suplir ese vacío de información, la Academia de Historia de Norte de Santander llevará a cabo esta semana una jornada de recordación, de lo que era el ferrocarril de Cúcuta y el tranvía, y aquellos años dorados de épocas que van quedando en el olvido.

La jornada contempla exposición de libros manuscritos, fotografías y charlas relativas a tan importante medio de transporte. Bajo la coordinación  del académico, abogado y docente José Antonio Amaya Martínez, y con el apoyo institucional del Archivo General de la Nación, se realizará, durante los días miércoles, jueves y viernes de esta semana, lo que se ha dado en llamar Exposición de archivos de puertas abiertas en Cúcuta.

De manera que están todos los habitantes de Cúcuta invitados a conocer o a recordar en la Academia de Historia (Palacio Nacional) un poco de nuestro pasado glorioso y de empuje arrollador, ese que tanto necesitamos ahora para salir de la crisis que nos ahoga.  Serán tres días, en jornadas de trabajo, con entrada gratuita, para viajar en el tiempo y montarnos en el tren del recuerdo, con la ilusión de los muchachos de entonces.

Por algo los abuelos decían que todo tiempo pasado fue mejor. Conociendo nuestro pasado, podemos mejorar nuestro futuro.

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