Diariamente recibimos información sobre casos de pacientes mal atendidos, de muertes producidas por malos procedimientos y de ruidosas protestas por incumplimientos de las entidades prestadoras de la salud. Es evidente que hay fallas protuberantes en el sistema que generan una explicable inconformidad y suscitan dramáticas noticias que conmueven a la ciudadanía. ¡Algo grave está pasando!
Mas, tenemos que ver el asunto en toda su extensión. Si bien las noticias de casos lamentables conmueven, debemos considerar que Colombia es uno de los pocos países cuya población está cubierta casi en un 100 por 100 por los servicios de salud. El sistema contributivo para la población laboralmente activa, los pensionados y los afiliados voluntarios; el SISBEN para lo más pobres y, aun, la asistencia gratuita para cualquier ciudadano, conforman una red que envidiaría cualquier país desarrollado. Así como alarma la desatención en muchos casos, igualmente es gratificante saber cómo son atendidos, con todos los recursos médicos, los enfermos más pobres.
El problema es más profundo que la mala voluntad de los funcionarios o la incapacidad de las entidades. El grave mal que afecta al servicio es la CORRUPCIÓN.
La corrupción de quienes administran las entidades prestadoras de salud que, en connivencia con funcionarios encargados de hacer los reembolsos, se roban la plata de los contribuyentes. Corrupción de los dueños de empresas que suministran bienes y servicios deshonestamente. Corrupción de empleados de entes de control que por sobornos miran para otro lado frente a la comisión de delitos. Corrupción de personas pudientes que indebidamente se afilian al SISBEN. Corrupción de miembros de la rama judicial que se dejan comprar para exculpar a los delincuentes. En fin, corrupción de los de arriba, de los de abajo, de los del lado que, obviamente, hacen inviable cualquier sistema, cualquier país.
En ese festín de perversión han participado poderosos dignatarios, políticos reconocidos, comandantes guerrilleros, jefes paramilitares, ricos empresarios…, muchos de los cuales predican a los cuatro vientos que hay que acabar con la corrupción. Y, lamentablemente, también se suman a él ciudadanos del común para obtener ilegalmente beneficios. Esto sin tocar siquiera el asunto de las pensiones del que se puede escribir todo un tratado de corruptelas.
Si los colombianos no intentamos resolver entre todos los problemas que muchas veces causamos nosotros mismos, el país nunca saldrá del subdesarrollo, y es posible que lo llevemos a su ruina. No soslayemos lo que pasa en Venezuela.