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El palo no está para cucharas
Las cosas no pintan bien para este julio. La pandemia, que dicen que va para largo porque las cepas siguen apareciendo; el paro, que continúa; los bloqueos de vías, que aún siguen con la terquedad de siempre, y el vandalaje.
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Jueves, 1 de Julio de 2021

Con nadadito de perro nos llegó el mes de julio, que venía haciendo cola desde comienzos de año. Le tocó el turno 7 y tuvo que esperar casi ciento ochenta días para acomodarse en lo suyo.

Pero las cosas no pintan bien para este julio. La pandemia, que dicen que va para largo porque las cepas siguen apareciendo; ese tal virus, que no les da descanso a los sepultureros ni a los horneadores; el paro, que continúa, a pesar de las advertencias de las autoridades de salud y de las otras; los bloqueos de vías, que aún siguen con la terquedad de siempre, y el vandalaje, en el que se escudan los que quieren hacer daño; todo eso unido hace que se presagien tormentas de todo tipo en esta mitad de año.  

A mí me gustaba julio. El otro día, en mis lejanas épocas de estudiante de bachillerato, las vacaciones las daban en julio. Del 1 al 15 de julio. Como en el pueblo no había colegio, nos tocaba ir a la ciudad y en julio volvíamos de vacaciones.  Eran quince días maravillosos, de verano para ir todos los días al río; de algunos vientos adelantados de agosto, para ir a elevar cometas; de reencuentro con amigos y amigas que no veíamos desde diciembre.  De serenatas y cocacolas bailables. Todo tan sano. Todo tan alegre. Todo tan distinto.

Pasaron los años, y me siguió gustando julio. Las fiestas julianas en Cúcuta ofrecían de todo: desfiles, comparsas, cabalgatas (cagajonadas, decían algunos), concursos, recitales, tertulias y, de noche, discotecazos o bailoteos en los parques y en los tierreros y en el malecón. Todo tan sano. Tan alegre. Tan distinto.

En Cúcuta, las fiestas julianas vienen de atrás. De muchos años antes. Se cuenta que cuando el terremoto (mayo de 1875) ya la alcaldía andaba en preparativos para las fiestas julianas de ese año. Y los músicos daban retretas para promocionar las festividades. Desafortunadamente, el sacudón de  tierra les dañó el caminado a los cucuteños y sus fiestas julianas.

Con el tiempo, los cucuteños, alegres por naturaleza, rumberos por convicción, retomaron la costumbre de tirar la casa por la ventana, a mitad de año, para darse un chapuzón de placeres terrenales. Tres días de jolgorio, a veces cinco, a veces la semana entera. Los empleados trabajaban medio día, a veces no trabajaban. Los músicos de cuerda, los de acordeón y los de viento trabajaban toda la noche. Y dormían todo el día. Los cajeros electrónicos no descansaban entregando fajos y fajos de billetes a los parranderos. Los buses traían gente de otros pueblos, y los aviones, gente de otras ciudades. Los borrachitos no pagaban hotel, ni las esposas los recibían en casa con la juma viva. Ellos dormían en las bancas de los parques y en los portales de los  edificios. 

Así, la vida era sabrosa, gracias al mes de julio y a sus fiestas, cuando Cúcuta se llenaba de gentes de afuera, atraídas por la leyenda rosa de que nuestra ciudad era el vividero más alegre del mundo. 

Pero eso fue ayer. Hoy las discotecas están cerradas, las gargantas están resecas y a los alkaséltzeres para el guayabo, se les venció la fecha de uso. No hay fiestas. Todo está triste, por culpa del virus, de las bombas y los revoltosos. Julio se tornó angustioso. Hoy el palo no está para cucharas. 

gusgomar@hotmail.com

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