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El pajarito de Maduro
Volviendo a la casa del general Santander, conmemorábamos el nacimiento del héroe máximo de nuestro departamento.
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Domingo, 17 de Abril de 2016

Desde que llegamos a la casa del general Santander, aquel viernes 1° de abril, la tarde estaba melancólica. El cielo plomizo amenazaba con algunas gotas de agua, pero la verdad es que no llovió sino hasta iniciada la noche. Por cierto que cuando arribábamos con Olger García y Luis Eduardo Lobo al restaurante de comidas ocañeras – costumbre que tenemos al terminar las reuniones  de la Academia de Historia de Norte de Santander-  a consumir nuestra  indispensable arepa sin sal, ya estaba lloviendo, y en el corto tramo del carro al restaurante el chubasco nos dio una buena empapada.

Volviendo a la casa del general Santander, conmemorábamos en aquel augusto recinto el nacimiento del héroe máximo de nuestro departamento. Era su natalicio número 224. No todos los bombillos de las lámparas adosadas al techo prendían; unos titilaban y se apagaban. Pensé que de pronto ello se debiera al programa presidencial de ahorrar energía porque las represas se están secando por culpa de la temporada del  Niño. No era esa la causa. Dentro de poco se sabría cuál era.

El orador de orden tomó como tema principal la labor diplomática del presidente Santander mediante la cual logró que la Santa Sede reconociera a Colombia como país libre e independiente. Luego el presidente de la Academia esbozó el plan de acción proyectado a los próximos treinta años.

Avanzada la ceremoniosa sesión llegaron los funcionarios municipales de San José de Cúcuta. Venían representando al alcalde. Llegaron, como siempre, tarde. Pero no importaba. El incidente no podía detener el curso del acto. Uno de los delegados era el secretario de Cultura.

Luego de la intervención de éste, que fue la última del programa, una pareja de bailarines de la ciudadela Juan Atalaya interpretó con gran vivacidad tres aires típicos nuestros: ‘Las brisas del Pamplonita’, el bambuco ocañero ‘La mugre’ y la composición del maestro salazareño Víctor M. Guerrero ‘La carcajada del burro´. Todo concluiría con un pequeño y sencillo brindis en un corredor de la casona.

¡Ah!, pero anuncié que el apagarse y prenderse de unos bombillos se iría a aclarar al paso de los minutos. Y en efecto, fue el señor secretario de Cultura municipal de Cúcuta el encargado de develar el misterio. Dijo en sus palabras improvisadas que él había visto ese titilar de las luces y al punto había comprendido que el espíritu del general Santander estaba presente, rondaba entre las lámparas; nuestro glorioso Hombre de las Leyes, allí, en medio de todos nosotros, era quien apagaba y prendía los bombillos en instantes tan sublimes. (¡Y yo que juraba que esa cansonería de luz y sombras obedecía al racionamiento de energía!)

Instintivamente nos miramos y no pudimos menos que contener la risa los académicos que nos encontrábamos cercanos en la mesa, a saber, Pablo Emilio Ramírez, José Antonio Amaya, Juan Manuel Ramírez y yo, y casi al unísono comentamos en voz baja: Otra vez apareció el pajarito de Maduro.  

*orlandoclavijotorrado@yahoo.es

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