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El narcocambio
El estado nacional debería tener como núcleo central de su existencia la defensa de la familia.
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Sábado, 6 de Agosto de 2022

Alberto Estrada Vega me dijo un día que le parecía extraño ver cómo la gente hacia cuentas y cuentas cuando iba a comprar un carro o una casa, pero no para tomar las dos decisiones más costosas en la vida de una persona, casarse (buscar pareja) y tener hijos que vale toda la plata que usted haga. Y concluía, “será una forma de preservar la especie, pues si hicieran cuentas nadie se casaría ni tendría hijos”. 

Esa anécdota la relato a propósito de ese misterio que es que dos muchachos decidan unir sus vidas y lanzarse al mundo a hacer una familia. Mi mamá cada vez que ve un bebe dice, “pobres papás, lo que les falta”. Pero ese misterio es el núcleo fundacional de la sociedad humana, los fractales que hacen el tejido social. Y cuando una sociedad se daña es porque hay problemas graves en esa célula base. Y el daño es notorio.

El estado nacional debería tener como núcleo central de su existencia la defensa de la familia en todas sus variantes, mientras sean adultos sanos criando niños felices. Defender una paternidad responsable, controlar del aborto adolescente, castigar el maltrato familiar, son algunas de las necesidades que en Colombia “tiene leyes” pero que el alterado sistema estatal colombiano las hace inocuas. 

Todas estas medidas pasan por una buena educación y un buen sistema de justicia, dos de los grandes fracasos del país  y cuyo futuro en el nuevo gobierno es a “profundizarse”. La educación semianalfabeta e ideologizada que el país entregó a Fecode, no permite movilidad social ni la destrucción de rasgos culturales históricos “feos” como el machismo, donde las que llevan la peor parte son las niñas. 

El subdesarrollo crónico al que el régimen condenó a Colombia, agravado en las últimas décadas por un discurso “centrista” de corte colectivista, se sumó a una sociedad moralmente rota y a una geografía de regiones aisladas para permitir que el narcotráfico se tomará el país y se arraigará en el tejido social. 

La cultura mafiosa hoy se ve en la televisión ramplona de la mano de libretistas progresistas como Gustavo Bolívar y en la forma de hablar de una juventud condenada al no futuro.

No es coincidencia que Ernesto Samper volviera a la palestra pública después que su gobierno tuviera graves acusaciones de connivencia del narcotráfico, ni que sea aliado de quienes hoy piden legalizar la coca, ni que el nuevo gobierno haya hablado de perdón social a los narcos en todos sus disfraces: guerrillas, bandas criminales, carteles, etc. 

Como escribí en mi pasada columna, la guerrilla ganó la guerra política contra el estado con el apoyo de Juan Manuel Santos, después de perder la lucha militar. El narco (el verdadero agente del conflicto) por ende ganó también y Colombia como Venezuela se van consolidando como narcoestados con la estrategia del discurso socialista y la mendacidad de la clase política del régimen, hoy arrodillada al “nuevo” régimen para que la deje seguir mamando del estado. Para eso solo bastan reformas tributarias.

Ocho mil días y algo más han pasado desde que Ernesto Samper salió de la presidencia de Colombia evitando un juicio legal y político, subiendo el gasto público de manera irresponsable para tener “mermelada” para sostenerse y hoy vuelve en alas del “progresismo” como ángel de la paz. 

Cualquiera diría que son paradojas trágicas de la historia; no solo no pagó su deuda con Colombia sino que hoy apoyado en personajes como Francisco de Roux ayuda a reescribir la historia oficial.

Colombia parece vivir en una de esas tragedias griegas, que condenan al personaje a un sino terrible y permanente. Sin proteger a la familia y educar a los niños para que vivan de su trabajo, Colombia estará condenada a la ruptura moral, lo vulgar y el no futuro.

Bienvenidos al narcocambio, parafraseando a Gaviria, una de las tres patas del trípode petrista. Las otras dos son Santos y Samper.

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