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“El general está cagao”
Lo triste de todo es que el general Francisco de Paula Santander también en vida estuvo “cagao”.
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Jueves, 26 de Septiembre de 2019

El alcalde lo sabía, y lo sabían los secretarios de despacho y las secretarias de oficina; lo sabían los curas de la catedral y los gerentes de los bancos vecinos. Todo el mundo lo sabía: El general Santander estaba cagao desde que lo montaron a su pedestal en el centro del parque y llegaron las palomas.

Lo sabían los turistas alegres que llegaban preguntando por el parque de las palomas, y lo sabían los fotógrafos del parque y los jubilados que buscan bancas para descansar del peso de los años vividos y los emboladores que lustran calzados viejos, calzados sucios, calzados pasados de moda.

Todo el mundo lo sabía. La policía, los vendedores ambulantes, los gamines, los viciosos, los desempleados y los niños que pasan temprano al colegio, limpiándose de los ojos un poco de sueño que les quedó debiendo la noche anterior, y las señoritas que corren a sus trabajos porque, según la costumbre, siempre les coge tarde.

Lo sabía todo el mundo. Los manifestantes que a cada rato van al parque a protestar por el calor y por la lluvia y por los sueldos atrasados y por el pavimento de sus calles y por el predial tan alto, y lo sabían las estatuas humanas que permanecen horas y horas, con la cara pintada y la túnica blanca, sobre una banqueta, sin mover ni una arruga, ni un pelo, a la espera de que el transeúnte les eche una monedita en la totuma. 

Todos lo sabían, hasta los venezolanos que llegan por montones arrastrando su dolor de patria, en busca de alguna oportunidad o alguna limosna o algún pedazo de pan. El general Santander estaba cagao. 

Pero nadie hacía nada por remediarlo. De cuando en cuando, con motivo de alguna visita presidencial o para celebrar algún centenario, le echaban agua con una manguera, pero las gracias de las palomas son casi que indelebles y allí permanecían y volvían a relucir con el sol.

Fue necesario que los de la Asociación de vendedores ambulantes, o informales como ahora los llaman, fueran a pedirle al alcalde que, por favor, los dejara vender pipas y tinto y agua y helados dentro del parque, y que ellos a cambio le echaban una limpiadita al Hombre de las Leyes, como él se la merecía, con estropajo y jabón de tierra y algún repelente para alejar las palomas de ese altar patrio.
 
  Así fue. El alcalde accedió y los vendedores consiguieron escalera, baldes, jabón antibacterial y agua, y se dieron a la tarea de que mi general volviera por sus fueros. Lo bañaron de pies a cabeza con ropa y todo, lo pusieron en forma, le echaron brillantina en el pelo, le arreglaron el corbatín, le zurcieron el cuello de la camisa que se le estaba deshilachando a la intemperie, le pulieron el bigote, le recortaron los pelitos de la nariz, y lo pusieron otra vez como todo un galán para que las muchachas y los historiadores se enamoren de él. Porque son pocos los dolientes que tiene.

   Lo triste de todo es que el general Francisco de Paula Santander también en vida estuvo “cagao”. Lo llamaron cobarde, a él, que fue el organizador de la victoria granadina.  Bolívar le tenía recelo, y Páez le cargaba envidia. Lo llamaron traidor y conspirador antibolivariano, a él, que varias veces le salvó la vida al Libertador. Lo iban a fusilar, pero al final lo desterraron. Ni siquiera después de muerto lo han dejado descansar. Chávez lo acusó de haber envenenado a Bolívar, mucho venezolano habla pestes de Santander,  su nombre no aparece en nuestro Himno Nacional y sus restos no han podido ser trasladados a su tierra natal.

   Ahora, con esa limpiada que le pegaron a la estatua del colombiano más ilustre de todos los tiempos, es de esperar que la historia de Colombia también limpie su nombre y lo ponga en el pedestal que le corresponde, donde no haya palomas que lo caguen, ni chavistas ni bolivaristas que denigren de su gloria.  

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