Ese día estábamos enfiestados. A mi casa comenzaron a llegar algunos vecinos, ansiosos por ver en mi pantalla gigante lo que el mundo entero estaba viendo en ese momento histórico.
Repartí sillas y un cunchito de vino, que había quedado de otra fiestolaina. Los piqué y entonces siguieron llegando botellas de Casillero.
Todos estábamos emocionados. No era para menos. Ver la imagen de los tres comandantes dándose la mano, es decir, comiendo en el mismo plato, nos llenaba de entusiasmo etílico y patriótico.
Raúl al centro, Timo a su izquierda y Juanpa a su derecha. Las tres manos en una sola. Como decían los nadaístas, hace algunos años: “Tres manos unidas no son tres manos: Son una sola mano”.
Algunos suspiraban con suspiros cercanos al llanto, mi mujer se limpiaba los ojos con el delantal de la cocina y a mí se me atragantaban las palabras. Como la imagen la repetían y repetían en el canal, nosotros también repetíamos y repetíamos brindis, vivas y abrazos.
Tarde esa, como pocas en la vida. A Timo y a Raúl se les notaba la alegría a leguas. No así a Juanpa, que tal vez estaba trasnochado o cansado por el trote que le ha tocado en los últimos días, pero su alegría no era plena.
Nuestra efervescencia y calor llegaron al máximo. El calor, por el sol implacable y la efervescencia por los vinos.
Compramos pólvora, pusimos las Brisas del Pamplonita a todo volumen y, como la gente ya no cabía en mi casa, nos salimos a la calle.
Cerramos la vía, que para eso estamos en Cúcuta, y nos aprestamos a seguir celebrando el triunfo y la cercanía del Nobel de la paz.
Apareció un micrófono, improvisamos una tarima, y al instante aparecieron dos candidatos a la Alcaldía y uno a la Gobernación.
Hablaron de la paz que ya empieza a cobijarnos y de que pondrán sus administraciones al servicio de ella.
Elogiaron a Timo y a Raúl y a Juanpa, en ese orden, a lo cual yo reviré porque primero lo primero, primero el nuestro y después los demás.
Me explicaron que lo mismo es atrás que a las espaldas, y que el orden de los factores no altera el producto y que tan valioso es el de la punta como el de la cola o el del medio.
Temíamos que Donamaris se apareciera, al saber que había micrófono abierto. Por fortuna no fue así. El Gobernador se excusó con un wasap: “Estoy con ustedes”. Pero no estuvo. El Obispo envió a otro de morado, pero sin solideo. Lo que empezó siendo una simple reunión de vecinos se convirtió en una manifestación henchida de profunda emoción patriótica, como dicen todos los candidatos.
Pero cuando estábamos en lo mejor, cuando la fiesta había tomado impulso propio, alguien tomó el micrófono, sacudió su melena alborotada, nos envolvió en la luz de una mirada y dijo así con inspirado acento: Yo no brindo con ustedes, compañeros, siento por esta vez no complaceros. Dentro de muy pocos años nuestro presidente será Rodrigo Londoño Echeverry y entonces seremos la república bolivariana de Colombia, es decir, se nos acabará el papel higiénico y la harina y el huevo, y tendremos que hacer cola para conseguir alimentos y no podremos cerrar la frontera porque con Venezuela y Ecuador seremos uno solo.
Nos miramos con la cara larga y se nos acabó la fiesta. ¡Qué vaina!