Ya era bueno, justo y necesario, que alguien en el mundo se acordara de que la mitad del género humano está compuesta por hombres. Digo mal. Estaba. Porque resulta que algunos traidores prefirieron pasarse al otro equipo y así los hombres de verdad hemos quedado reducidos a una mínima expresión, numéricamente hablando.
Pero bueno, allá ellos con sus gustos, sus inclinaciones y sus mojadas de canoa, como dice la canción. Están en todo su derecho de buscarle la comba al palo y que se defiendan como puedan, estableciendo comunidades o lo que se les ocurra.
Los pocos que quedamos en nuestra varonil orilla nos sentimos contentos de que los medio medio hayan dado el salto al punto de no retorno. Quedamos contentos, repito, porque es mejor solos que mal acompañados, según decían los antiguos. ¡Y qué pena! que lo vean a uno en semejantes compañías.
Pero no es eso de lo que quería hablar, sino de la fiesta del hombre, que se celebrará en todo el mundo el próximo sábado, día de San José.
Digo fiesta, por decir algo. Porque de verdad no creo que ese día o esa noche haya rumores de serenata para los hombres. No sonarán guitarras de mariachis a la media noche. Ni tríos de cuerda que nos hagan llorar con Espumas y Pueblito viejo y Cosas como tú. Nada de eso habrá. Ni siquiera un vallenato de los sabrosos de Escalona.
En cambio, aún resuenan en mis oídos las serenatas que, en la vecindad, se escucharon el pasado Día de la Mujer. Terminaba una y arrancaba otra más allá. Y luego más acá y más acasito y más allaíta. La calle era algo así como dicen que es la plaza Garibaldi, en México.
Me gustaría ver si el alcalde o el gobernador invitarán el sábado a los hombres de su administración siquiera a una almojábana y una avena. En cambio para ellas sobraron banquetes.
Quisiera saber si ese día se irán algunas mujeres a repartir flores entre los hombres de la avenida quinta, como vi yo a varios hombres repartiéndoles rosas rojas a las féminas en su día.
Me gustaría ver a las jefas, secretarias, asistentas y a todo el personal femenino sobrándose en detalles para el hombre cercano. Y no lo digo por envidia. Que eso quede bien claro.
Lo digo por un elemental acto de justicia para con quien hasta hace poco era el jefe del hogar, era el que llevaba los pantalones en la casa, era el que ordenaba y punto. Ahora son ellas las mandonas, razón de más para que nos hagan más llevadera esta esclavitud, que algunos llaman dulce.
¿Quién creó el mundo? Un hombre (el Padre Eterno). ¿Quién descubrió a América? Un hombre. ¿Quién libertó cinco países del yugo español? Un hombre. ¿Quién murió en la cruz por nosotros? Un hombre. ¿Quién puso primero un pie en la luna? Un hombre.
Y no sigo porque la lista es larga. Que no lo olviden, así como nosotros no las olvidamos a ellas en su día.
No sé a quién se le ocurrió la idea de celebrarnos nuestra fecha junto a José el justo. Tal vez fue al papa, o al presidente de los Estados Unidos, o a alguna mesa de negociación.
Tuvieron razón, porque a José le fue como a los perros en misa: Primero, los celos por el embarazo de María.
Y no conseguir posada para su mujer cuando estaba en los días. Y tener que salir corriendo para un lado y para el otro, para proteger a María y al Niño. Y de ñapa, aceptar que lo llamaran putativo. Mejor patrono para los sufridos hombres, no lo hay.
De modo que felicitaciones a los varones y esperamos que el mundo femenino, por un día, al menos por un día, deje las cantaletas, los gritos, los regaños. Y que nos busquen el lado bueno. Yo veré.