La actual Catedral de Pamplona se construyó en lo que fue la capilla del Convento de las Clarisas fundado por doña Magdalena de Velasco, hija don Ortún Velásquez de Velasco fundador de Pamplona, que pasó a ser la iglesia del culto parroquial después del terremoto de 1644 que destruyó toda la ciudad con su iglesia principal que se levantaba en el costado oriental del parque principal, y que desapareció completamente con el terremoto de Cúcuta de 1875.
Según lo describe el Padre Enrique Rocherau en su libro Pamplona escrito con motivo de los 100 años del Grito de Independencia de Colombia, la iglesia es de estilo romano construida totalmente de piedra, y de su arquitectura sobresale la torre que vemos hoy, fielmente restaurada durante el gobierno del arzobispo Mario Revollo Bravo.
Aunque el templo no tiene elementos arquitectónicos extraordinarios, conserva la gran riqueza de sus altares cubiertos de oro con procedimientos que hoy no se emplean por lo dispendioso de su fabricación, y que han permitido su completa preservación sin intervención ninguna.
En la nave lateral de la izquierda, cerca del retablo mayor, cuelga una imagen de Jesús crucificado que data de la época colonial.
Es una talla en madera fabricada por el artista sevillano Bartolomé Guzmán en 1590, de una perfección incomparable y que ha permanecido discretamente en la ciudad durante más de cuatro siglos. No sé sabe quién contrató su fabricación, ni para qué iglesia y, ni siquiera, cómo se ha conservado intacta tanto tiempo.
Alguna vez, un sacerdote resolvió cambiarle la cruz por un madero totalmente impropio para esa preciosa imagen, y así permaneció varios años.
Afortunadamente, el actual rector de la catedral, monseñor Alberto Alarcón Infante, doctorado en liturgia y gran conocedor de la historia de Pamplona, con gran acierto le pidió al maestro Triana, el mejor carpintero restaurador que hay en la ciudad, que fabricara una austera cruz de cedro para reemplazar el adornado madero que deslucía en la imagen.
Hoy se puede admirar la talla de Bartolomé Guzmán en todo su esplendor, resaltada por la adusta cruz de oscuro color caoba que la sostiene.
Y vale la pena recordar que, como ocurre con frecuencia, circuló una insólita leyenda según la cual la cara del Cristo fue cubierta con una máscara de plomo, fabricada con las balas encontradas después de la Guerra de los Mil días como ofrenda por haber salvado a la ciudad.
Las leyendas vienen a rodear de misterio la historia de los pueblos, y no hay que luchar contra ellas porque es el aporte ingenuo de los habitantes que las imaginan casi siempre como producto de una fe religiosa desfigurada.
Pero para que no pase inadvertidamente el error, vale la pena precisar que entre la manufactura de la talla a finales del siglo XVI y comienzos del siglo XX, cuando terminó la Guerra, hay una distancia de 300 años. En todo caso, aquí está El Cristo de la Promesa como una joya de Pamplona para veneración de los creyentes.