Los colonos llegaron esa mañana calurosa de junio al Carmen de Tonchalá, en busca de doña Juana.
-¿Está la doña? –le preguntaron a la criada.
-¿Cómo para qué, si se puede saber?
-Necesitamos hablar con ella a solas –le contestaron los visitantes.
-¿De parte?-volvió a insistir, desconfiada, la muchacha.
-De los vecinos de Guasimal.
-Ah, los que le invadieron las tierras a la patrona. Voy a ver si los puede recibir-. Y se entró.
A la hora, salió doña Juana, toda emperifollada . Elegante como toda una matrona. Con una falda ancha, que le llegaba a los tobillos. Una peineta grande le sostenía el cabello entrecanoso. Ostentaba en el pecho un medallón de oro, y unos aretes brillantes le colgaban y hacían reflejos con el sol. Sus labios, rojos, y sus mejillas, empolvadas.
Los hizo seguir a la lujosa sala, les ofreció café negro porque aún no habían ordeñado las vacas. Hablaron del prójimo, de la montonera de venezolanos en la calle, del clima y del precio del bolívar, y luego fueron al grano.
Querían que les hiciera donación de las tierras que le habían invadido por necesidad, para lograr que la Santa Sede y la Real Audiencia les otorgaran el título de Parroquia. Ir a misa al otro lado del río, donde los indios tenían un cura doctrinero, era para ellos algo casi que imposible porque los indígenas los recibían a flecha, a veces, y a veces el río crecido se los impedía.
Con exageraciones y mentiras le ablandaron el corazón a la patrona, que les dijo de una que sí. Acordaron la fecha para el 17de ese mes, y cuando llegó el 17 de junio de 1733, ante el alcalde de Pamplona, les firmó las escrituras y el pueblo nació y echó a andar y se hizo Parroquia y Villa y Ciudad. Hubo brindis, pólvora, sancocho, cabrito a las brasas y música de papayera. Dicen que la fiesta duró hasta el amanecer.
En este punto de la donación, es donde los historiadores no se han puesto de acuerdo. ¿Fue, en realidad, doña Juana Rangel de Cuellar, la fundadora de San José de Cúcuta? Y si no fue fundadora, ¿entonces qué fue?
Había un ritual para las fundaciones: el fundador desenvainaba la espada, tomaba la cruz, doblaba una rodilla y gritaba, a puro pulmón porque el del megáfono siempre llegaba tarde: “En nombre de Dios y del Rey de España, tomo posesión de estas tierras y fundo aquí la ciudad de… ”
En Cúcuta no fue así, por eso los historiadores clásicos dicen que doña Juana no fue ninguna fundadora, que lo único que hizo fue regalar tierras. Yo en eso, ni lo meto ni lo saco. Digo, como lo dije la semana pasada en una charla que di en el teatro municipal, que no importa cómo llamemos a la doña, pero si no hubiera sido por ella, tal vez no estaríamos aquí contando el cuento.
Seguramente yo no estaría aquí escribiendo cháchara, ni ustedes estarían leyendo la cháchara que yo escribo. De modo que démosles las gracias a Dios y a doña Juana Rangel de Cuéllar. Si no hubiera sido por ellos, otro gallo nos cantaría.
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