Casi todas las fundaciones de nuestros pueblos, villas, aldeas o ciudades se hacían con el siguiente ritual: El fundador desenvainaba la espada con su mano derecha (a menos que fuera zurdo), daba tres pasos al frente, hincaba la rodilla del mismo lado, y con la otra mano tomaba la cruz que le facilitaba un fraile cercano, para decir, a grito entero, por falta de micrófono: “En nombre de los reyes de España y de Dios, tomo posesión de estas tierras y fundo la ciudad de… “.
En Cúcuta todo fue distinto: Nadie tomó posesión de las tierras porque ya estaban tomadas, nadie dio un paso al frente, nadie desenvainó la espada, nadie fundó nada.
Y ahí es donde los amigos de la historia no se ponen de acuerdo.
Unos dicen que Cúcuta no fue fundada porque no se cumplió con el ritual descrito. Y en ese sentido, doña Juana Rangel de Cuéllar no es fundadora de Cúcuta: No juró, no beso la tierra, no proclamó la fundación de ninguna ciudad o aldea.
Otros, en cambio, dicen que si fundar es darle vida a algo, doña Juana sí es fundadora. Con su donación hizo posible que Cúcuta naciera. Le dio vida. Le dio comienzo.
Y no faltan los lengüilargos, envidiosos, resentidos, que ponen en boca de doña Juana el siguiente raciocinio: “Si regalo unas pocas tierras para fundar una aldea, las otras tierras se me valorizarán.
Además, las mismas gentes del pueblo y los vigilantes de uniforme y los celadores de bolillo y la policía, todos, me ayudarán a cuidar el ganado y el cacao, para que los indios no se los roben.
De modo que con la donación, yo salgo ganando por punta y punta. Sin contar con que pasaré a la historia como ‘la fundadora’ y hasta es posible que en algún parquecito me levanten una estatua y en esta fecha me hagan ofrendas florales”.
Dicho y hecho. Les dio el sí a los que fueron a pedirle que les legalizara las tierras que le habían invadido, e hizo venir al alcalde de Pamplona, capitán Juan Antonio Villamizar y Pinedo, para que asistiera a protocolizar la escritura de donación, con testigos, firmas y huellas dactilares.
Le dio tanta importancia al acto, que ese día, un asoleado 17 de junio por más señas, la doña se vistió con sus mejores galas y para firmar no utilizó un vulgar kilométrico, ni un lapicero desechable de los que regalan las empresas en Navidad, sino pluma de gallina criolla.
Después vendrían el brindis, el almuerzo y el bailoteo, todo por cuenta del tanque. Después del guayabo, pero con las escrituras firmadas, los vecinos pudieron solicitar la creación de la parroquia, con lo cual San José de Cúcuta echó a andar.
Sucedió esto en 1733, es decir, hace 282 años, lo que significa que llevamos casi tres siglos de estar en el mismo cuento: creciendo, invadiendo, subiendo a las lomas, trayendo contrabando, vendiendo gasolina en pimpinas, sin alcalde, sin seguridad, sin orden, sin progreso.
Si doña Juana volviera a vivir, qué gran desilusión se llevaría pues ella debió pensar que aquí nacería una ciudad con todas las de la ley: bonita, atractiva, pujante y vigorosa.
Pero así y todo, debemos recordar a doña Juana Rangel de Cuéllar y darle las gracias por lo que hizo, aunque le hayamos pagado mal. Por eso, la Academia de Historia de Norte de Santander le rendirá homenaje mañana miércoles 17 de junio, a las 4 de la tarde, en la Biblioteca Julio Pérez Ferrero. Allá estaremos los buenos cucuteños.