Tiene toda la razón el papa Francisco en dedicar su mensaje de Navidad, a la ciudad y al mundo, para demandar una solución urgente al grave conflicto político y social que se está viviendo tanto en Venezuela como en Nicaragua.
Demasiados diagnósticos y llamados angustiosos, así como debates en organismos internacionales, y el lamentable balance es que la situación, en vez de encontrar una salida lógica, lo que hace es empeorar todos los días: la violencia se arrecia, las víctimas se multiplican, el hambre invade cada vez a más sectores y los refugiados salen corriendo a buscar en otro país un parque o una acera que por lo menos les brinde tranquilidad y en donde puedan ser asistidos con una limosna por un ocasional transeúnte.
Esos dos casos: Venezuela y Nicaragua, han sido el ejemplo más grande y vergonzoso de la incapacidad del Continente y del mundo para abordar una crisis y hacer algo por remediarla, sobre todo en donde está en juego el presente y futuro de millones de víctimas que se encuentran ante a la desesperación, no solo por conseguir el alimento esencial para la subsistencia, sino frente a un escenario de violencia en donde la muerte ronda tan de cerca y cobra tantas víctimas todos los días.
Ahora aspiran a volver ese escenario un conflicto de potencias mundiales, y tanto Estados Unidos como Rusia y China, quieren jugar a extraer intereses, pero nunca pensando en ofrecer soluciones para una población que grita desesperada ante la urgencia de la situación.
Resulta absolutamente increíble que a estas alturas del siglo XXI, se presenten situaciones como estas y que sea la retórica la que impere, y no el buen juicio y la lógica para idear y emprender un camino que evite la tragedia.
¿Cuántos muertos más? ¿Qué dimensión mayor necesita el desastre? Son las preguntas que todos los ciudadanos del mundo nos hacemos. Pero además surge otra ¿Para qué los organismos internacionales?
Es increíble que la crisis de liderazgo exhiba tanta impotencia junta, y que el problema crezca a cada instante sin que sea posible vislumbrar una esperanza para tantos millones de personas desesperadas y sumidas en la desventura, en el desamparo y en el calvario.
Ojalá el papa Francisco pueda ir más allá de lo que han sido incapaces todo el resto de los líderes mundiales, para saldar esa enorme deuda pendiente con los hermanos venezolanos y nicaragüenses.