Es probable que los representantes de los países en la cumbre mundial del clima en Egipto –COP27– no tomaran nota de la gran incoherencia con la que Gustavo Petro se refirió al tema. Porque no les propuso a los demás productores de petróleo que ellos también renunciaran a firmar nuevos contratos para buscarlo, como arbitrariamente lo decidió él en Colombia. Y no lo propuso para no quedar en ridículo, porque cuando Lula le dijo a Petro que no le haría daño a la economía petrolera de Brasil acompañándolo en ese desatino, le dejó claro lo que pensaban él y los demás jefes de Estado.
En el decálogo que armó a punta de frases altisonantes que no aclaran nada ni son útiles, Petro metió en el mismo saco a los cinco países más la Unión Europea que generan el 80 por ciento de la combustión de combustibles fósiles del mundo y a los que, como Colombia, aportan menos del 0,2 por ciento, o todavía menos, es decir, a los causantes del problema y a sus víctimas.
Y también calló que entre los principales culpables del calentamiento global están las potencias económicas que mantienen al resto del mundo en el subdesarrollo, las mismas que no están cumpliendo con los compromisos de reducir sus emisiones de CO2 ni de respaldar en serio a los demás países para que puedan hacerlo.
Sobre la deforestación de la Amazonia –que por supuesto hay que enfrentar con todo rigor–, Petro no se atrevió a ufanarse de la falsa solución que está imponiendo en Colombia. Porque ni siquiera puede demostrar que la causa principal de la deforestación de todo el país y del Amazonas son los cultivos de coca, aunque sí provoque las mayores emisiones de carbono y sea el principal problema ambiental de Colombia. Y no se atrevió a informar en la cumbre del clima que para ello va a usar helicópteros de guerra norteamericanos, desproporción contra las soberanías nacionales que tampoco osó proponerles a los gobiernos de los demás países de la cuenca del Amazonas.
Si no fuera tan pernicioso para Colombia tan notable desenfoque, no valdría la pena ni comentarlo. Porque a pesar de que Petro lleva años engatusando electores con la demagogia de su infantilismo ambientalista, nunca ha hecho una explicación amplia de sus ideas. Cuando mucho, echa ocurrencias que ni intenta sustentar como ciertas, como la de ahora y la de la campaña presidencial de 2018, cuando prometió reemplazar las exportaciones de petróleo por las de aguacates, absurdo que esta vez ni se atrevió a mencionar y que sustituyó por otro: el de aumentar en cantidades imposibles los turistas extranjeros.
Para confirmar la importancia irremplazable de los hidrocarburos y de Ecopetrol en la economía nacional –éxito que este gobierno tiene la obligación de no sabotear y sí preservar y desarrollar–, sirve saber que sus utilidades entre enero y septiembre fueron de 27 billones de pesos, de lejos, las mayores entre las empresas de Colombia.
Ojalá el ministro de Hacienda no vaya a caer en el inconcebible error de regalarles a Petro y a su ministra de Minas cualquier dosis de alcahuetería sobre este tema, porque él conoce muy bien cuan irresponsable es su error y el inmenso daño que le están causando a Colombia, verdades que no deben taparse manipulando cifras.
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